Un año después de finalizada la aventura espeleológica, comenzó mi actividad piragüística. En la primavera de 1968 entré a formar parte del equipo infantil, piragüistas hasta los 16 años, del Real Círculo de Labradores y Propietarios, con otros cinco muchachos de la misma edad. La prueba que nos hizo el entrenador, antes de admitirnos, fue nadar desde el embarcadero a la mitad del río y volver. El motivo era averiguar si nadábamos lo suficiente para sobrevivir en caso de caída al agua. Una vez pasada la prueba, nos integrábamos en el equipo. A los pocos meses, cuando ya no nos caíamos al agua, competimos en nuestra primera regata: los juegos deportivos de otoño de aquel 1968. Esta regata la gané a mis compañeros de equipo en la categoría infantil. La medalla que me dieron se la enseñé a mi profesor de gimnasia, que era el mismo responsable de la OJE local, y el profesor que me suspendió la política el año anterior (ver episodio “El rescate” en escritos) Desde ese momento troqué la sempiterna nota de aprobado en gimnasia a sobresaliente, durante los meses que continué en el colegio. El entrenamiento del equipo de piragüismo del Labradores era bastante duro. Comenzábamos en Septiembre unos 40 deportistas, y en Enero sólo quedábamos veinticinco. Los entrenamientos eran diarios, salvo el viernes santo y año nuevo, o sea 363 o 364 días al año, según fuera bisiesto. Algún día podías faltar por enfermedad, pero sólo alguno. Un Domingo que llegamos tarde al entrenamiento mi compañero Ignacio y yo, fuimos castigados a darle la vuelta a Sevilla corriendo. Un juvenil que tenía buen fondo era nuestro vigilante. “Kiko, lleva a estos dos a darle la vuelta a Sevilla”, dijo el entrenador. Salimos del Labradores, hacia la plaza de Cuba, atravesamos el río por el puente de San Telmo, hasta la Puerta de Jerez, de allí a la calle San Fernando, jardines de Murillo rondas históricas (Menéndez y Pelayo, María Auxiliadora y Capuchinos) llegamos a la muralla de la Macarena, calle Resolana, torcimos a la calle Torneo, y a la Plaza de Armas, seguimos por la calle Arjona, puente de Triana, calle Betis, hasta llegar de nuevo a la plaza de Cuba, totalmente derrengados. No paramos de correr hasta entrar en la zona de entrenamiento, y allí el entrenador nos dijo: Iros ya a las duchas, y no me lleguéis tarde al entrenamiento. Nunca volvió a suceder. Durante el invierno hacíamos el entrenamiento en seco. Consistía en carrera, estiramientos y pesas. Al año siguiente, con el equipo nacional rumano, llegarían los ejercicios con gomas. Un día a la semana hacíamos carrera de fondo, subir al barrio del monumento de San Juan del Aznalfarache y vuelta, o ir hasta la exclusa del río y vuelta, luego algo de pesas y a la ducha. El resto de los días hacíamos corriendo la vuelta a Tablada, que consistía en ir por la avenida de la República Argentina, dar la vuelta al parque de los Príncipes, y volver por la carretera de Tablada y Juan Sebastián Elcano hasta el Labradores, posteriormente estiramientos y pesas. En ocasiones, cuando íbamos a la exclusa, nos acompañaba el entrenador en una motillo prestada, y a su silbido, el último de la larga fila tenía que esprintar hasta ponerse el primero, lo que era una extenuante mezcla de fondo y velocidad. Cuando llovía mucho hacíamos el entrenamiento completo bajo techo, en el techado donde estaban las pesas, o en el gimnasio, subiendo por la cuerda hasta el techo del mismo. Había que tocar el techo del gimnasio, y tenía nueve o diez metros de alto. El entrenador conseguía con estos entrenamientos una buena forma física del equipo, levantábamos nuestro propio peso en arrancada, y un 20% más en dos tiempos, y un fondo físico adecuado a nuestros propósitos deportivos. Con la primavera se acababan los seis meses de entrenamientos en seco, y comenzaban los de agua. El entrenamiento de agua se hacía paleando por las tranquilas aguas de la dársena desde Chapina a la exclusa, hacíamos entrenamiento de fondo, y de velocidad. En estos últimos el entrenador iba en una motora, y la flota de más de veinte piraguas delante, ocupando el ancho de la dársena. A un silbido del entrenador se iniciaba un esprín, que no finalizaba hasta nuevo silbido. La duración del esprín variaba según su leal saber y entender, pero los que lo iniciábamos no sabíamos cuanto iba a durar, y nos teníamos que entregar a tope desde el primer metro, si no había bronca y castigo. Para el mes de Mayo se hacían los equipos por categorías de edad, y por tipo de piragua, K1, K2 o K4 con el objetivo de preparar el campeonato de España. En el caso de los infantiles ese año conjuntamos un K4 y dos K2, con buenas perspectivas. El campeonato de España de aguas tranquilas se celebraba por federaciones territoriales. La federación andaluza sólo tenía piragüistas competitivos en los dos clubs sevillanos, Náutico y Labradores. En la federación se pusieron de acuerdo los entrenadores con el presidente para elegir a los mejores para el equipo definitivo de cada categoría. Aquel año sólo quedó un asunto pendiente, el K1 10.000 metros, para el que había dos candidatos. Jaime del Labradores y Máximo del Náutico. Decidieron hacer una regata entre ambos, e iría el que la ganara. Así que ambos entrenadores con el presidente de la federación andaluza en una motora, y los contendientes a palear desde el Náutico a la exclusa y vuelta, que eran los diez kilómetros. En el primer kilómetro se rompieron las hostilidades, algunos piragüistas del Náutico detuvieron la piragua de Jaime, y le echaron agua dentro para que pesara más. Otros piragüistas del Labradores hicieron lo propio con el barco de Máximo. La guerra fue en aumento, y tiraron a Jaime al agua, y le hundieron su barco. Comenzaron las peleas entre unos y otros, incluso dentro de la motora federativa. Los infantiles estábamos entrenando en el K4 por Triana y el fondo de Chapina. Cuando nos enteramos del conflicto, nos dirigimos raudos a la batalla (nuestro barco era un acorazado, difícil de volcar, y con cuatro a golpear) pero ya había terminado. Irían los dos al campeonato. Mejor así, al final íbamos a ser compañeros de federación.
Pantano de Alba de Tormes
En Julio del 1969 se celebró el campeonato de España de aguas tranquilas en el pantano de Alba de Tormes en la provincia de Salamanca. La federación fletó un autobús, se ataron bien las piraguas en el techo del autobús, se pusieron los equipajes en los bajos del mismo, y los 25 piragüistas en sus asientos. Llevábamos una flota de un K4, tres K2 y tres K1, que compartiríamos todas las categorías: infantiles, juveniles, y sénior, masculinos y femeninos. Un coche particular con el presidente y los dos entrenadores iba delante para buscar los sitios para comer, y observar que en todo el trayecto no hubiera obstáculos a lo ancho o a lo alto, que pusieran en riesgo al autobús o las piraguas. En una ocasión, bajo un puente sobre la carretera, tuvimos que quitar la piragua más alta para poder pasar bajo el mismo sin rozarla. Una vez pasado el puente, se volvió a amarrar en su sitio. Tras todo el día de viaje llegamos al alojamiento, un albergue juvenil ambientado como un castillo. En amplios salones las pequeñas habitaciones, construidas hasta cierta altura, compartían el mismo techo. Tras cenar y acostarnos, nos despertó un jaleo de voces. Acababa de llegar el equipo de Asturias, y sabiendo que estábamos dormidos, se pusieron a vocear para despertarnos. La rivalidad se manifestaba también fuera del agua. Algunos de nuestros mayores salieron de sus cubículos para increpar a los jaleosos asturianos, pero no hubo más que palabras. Cada mañana del campeonato, que duró tres días, el autobús salía hacia la zona del pantano donde cientos de boyas alineadas conformaban el campo de regatas. En la línea de llegada se había levantado un estrado para el equipo federativo y árbitros de llegada. Otros árbitros iban en motora junto a los regatistas para las salidas y control de las regatas. Nuestra federación disponía de un chamizo de lona cerca del agua, que contenía echados en la tierra los barcos y los piragüistas que no estaban calentando o compitiendo. Cuando se acercaba tu prueba, venía el entrenador, comprobaba que camiseta y dorsal eran los adecuados, te daba instrucciones para la prueba en cuestión, te señalaba el barco elegido, y al agua. El equipo infantil consiguió dos medallas de bronce, una en K4, con Ignacio, Jesús, Luis y yo, y la otra en el K2, en la que yo competía junto con mi compa Luis. Al final de las jornadas, en la cena conjunta entre todos los participantes, se declaraba cual había sido la federación ganadora. La que había obtenido más puntos en ese año fue la andaluza, habría que decir la sevillana. Los asturianos protestaron, pero al final reconocieron que habían contado mal los puntos obtenidos. Así que vivas, jolgorio y algo de cerveza para celebrar los resultados. Al día siguiente cargamos las piraguas, los equipajes y nos montamos en el autobús para volver a Sevilla. Cuando ya estábamos listos vinieron unos responsables del albergue y hablaron con el equipo directivo de la federación. No nos dejaban salir y habían llamado a la policía, porque había desaparecido una armadura completa de un descansillo de la escalera. Ante el temor de que la policía llegara, un par de compañeros del Náutico confesaron la autoría y descargaron del maletero la armadura desmontada. Los encargados del albergue, tras comprobar que estaba completa, aceptaron las disculpas y nos dejaron salir. Sin más contratiempo salimos para Sevilla. Mientras comíamos por el camino, en la provincia de Cáceres, ponían en la televisión del restaurante las imágenes de Armstrong poniendo el pie en la luna, era el 20 de Julio de 1969. Finalizado el evento más importante del equipo, el resto de la temporada se planificaba poco a poco. Se decidían qué regatas locales se correrían, y el equipo que se llevaría. A las más cercanas y baratas (una comida y sin alojamiento) se iba siempre, que eran Huelva (salir del club náutico en el Odiel, dar la vuelta en el puente del río Tinto y volver al club náutico en el Odiel) y Cádiz (salir del río San Pedro en Puerto Real, pasar por debajo del puente León de Carranza sobre la bahía, y llegar al club náutico en el puerto de Cádiz). Las más lejanas se decidían según presupuesto y piragüistas disponibles.