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Hospital Virgen del Rocío en Sevilla
En otoño de 1977, mientras yo estaba finalizando mis deberes con el servicio militar obligatorio, tuve la posibilidad de examinarme para la prueba de acceso al sistema de formación de especialistas conocido como médicos internos residentes, en adelante MIR. Como no había estudiado nada durante el servicio militar, solicité especialidades que yo creía poco demandadas: cuidados intensivos, análisis clínicos y rehabilitación, por este orden. Con esta petición yo esperaba alguna oportunidad de formarme como médico especialista. Tras el primer escrutinio del examen me quedé sin plaza. Así que fui de sustitución en sustitución hasta el mes de Julio. Ese mes sustituí al médico de Casariche, donde usé un ruinoso consultorio que el titular no pisaba. A esta sustitución se le sumaron las plazas de médico y ATS de Lora de Estepa, distante 10 kilómetros de Casariche. En Lora de Estepa pasaba consulta todas las tardes, cuando acababa la de médico, abría la de ATS, poniendo las inyecciones que yo mismo había prescrito antes. Cuando llevaba medio mes, se añadió la sustitución de los fines de semana de Badolatosa, distante otros 10 kilómetros de Casariche, pero en otra dirección. En el Instituto Nacional de Previsión, organismo que me contrataba, debieron verme como un chollo, pues yo no decía que no. La medicina rural era muy dura no tenías descanso ni diario ni semanal. Además de las urgencias, estaban las visitas domiciliarias de los tres pueblos, y de las que hice ninguna estuvo injustificada. Los usuarios abusaron poco de mí.
Durante este mes tuve un caso excepcional. Vino a verme el practicante de Casariche una mañana temprano para que le acompañara con urgencia, pero sin decirme el motivo. Cuando entré en su coche me contó que su suegro, adinerado terrateniente del pueblo, se había disparado sin querer al limpiar la escopeta. Cuando llegué a la casa estaba tendido en su cama revolcándose de dolor y con un trozo de intestino saliendo por un agujero en el vientre. Ordené ponerle un suero, morfina y evacuarlo al hospital más cercano. Lo acompañaba su yerno el practicante, que me contó que en el hospital de Osuna, donde llegó vivo, al abrirlo vieron que tenía destrozados los riñones, los grandes vasos retroperitoneales y mucho intestino. Murió en la mesa de quirófano. Al día siguiente me reclamaron en la casa el juez y el forense de Estepa. Me preguntó como vi al difunto aquella mañana. Yo le contesté que con muchas ganas de vivir y de que lo curaran. El forense se acerco al difunto, le miró la mano y le dijo al juez que había señales de suicidio por las muescas en el pulgar. La medicina forense no fue nunca mi fuerte, así que di por buena la sospecha de suicidio. Por otra parte yo sabía que uno puede dispararse por tontear con la escopeta, pero nunca al limpiarla, pues tienes que abrirla con las dos manos y desmontar algunas partes, y eso es incompatible con un disparo. La dueña de la pensión donde yo habitaba sentenció en apostilla que los hijos le hacían la vida imposible al padre, pues le impedían hacer negocios y tomar decisiones, incluso para gastos propios. Así que se suicidó pues. En otra ocasión el cronista de Casariche me llevó a un asentamiento ibero que estaba parcialmente excavado. Mientras caminábamos por el cerro a media tarde no dejaba de mirar hacia arriba cuando pasábamos por debajo de un acebuche. Extrañado le pregunté que esperaba encontrar en los árboles, y me dijo que, cuando hace mucho calor, las víboras se suben a los árboles, lo que me dejó muy preocupado, pues el médico de aquellos parajes era yo, y ni tenía antídoto, ni en aquellos tiempos había móviles para consultar. El asentamiento arqueológico estaba sembrado con miles de fragmentos metálicos. A mi pregunta me contestó que era para desanimar a los expoliadores con detector de metales. Este cronista me contaba muy convencido que la batalla de Munda fue en Lora de Estepa, porque Julio César escribió en su «Guerra civil» que su ejército atravesó el Genil por un «badus latus» que era el actual Badolatosa, y que el escenario que describía de la batalla se parecía al paisaje de Lora de Estepa. Supongo que puede ser verdad.
En ese mes de Julio del 78, el ministerio abrió una segunda vuelta del proceso MIR, pues habían quedado vacantes por cubrir. Así que mi esposa, viendo que yo no podía moverme de Casariche, y que había plazas libres de rehabilitación en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, cambió el orden de las especialidades, entregando una solicitud que empezaba solicitando rehabilitación.
El cuatro de Agosto, cuando llevaba unos días sustituyendo a mi padre, me llamaron para que me presentara en rehabilitación de Virgen del Rocío, pues había sido admitido como médico residente.
Al día siguiente me presenté temprano en Virgen del Rocío para buscar a mi hermano, que trabajaba allí. Le conté lo sucedido, y me llevó a conocer a un médico rehabilitador amigo suyo. Yo le pregunté ¿Eso de la rehabilitación en qué consiste? Él me contestó: Ya lo sabrás. Previamente me llevó por lencería para obtener batas y pijamas adecuados a mi futura actividad. Mi hermano me presentó a Manolo Villa como el nuevo residente de rehabilitación, y se fue a su trabajo. Manolo a su vez me llevó al despacho del Jefe de Departamento en funciones, Antonio Gamero. En dicho despacho, en el que había dos o tres colaboradores más, tras advertirme que no lo llamara más de usted, que le hacía más viejo, me presentó a otro residente de Agosto: José María González Esteban, en adelante el catalán. Compartía conmigo que estábamos casados, que teníamos una niña, y que llegamos en Agosto. Tras las presentaciones el Jefe nos preguntó donde queríamos ir a hacer el primer turno de residencia, si a parapléjicos o a parálisis cerebral. Yo me quedé mudo, ni idea de lo que significaban esos nombres. Mi colega el catalán dijo: yo a parálisis cerebral. Por lo que solo me quedó la opción de parapléjicos. Es el momento de decir que mi colega el catalán era casi diez años mayor que yo, había sido fisioterapeuta, y había estudiado medicina con el fin de hacer la especialidad de rehabilitación en Virgen del Rocío de Sevilla, que en España tenía mucha fama. Yo no dejaba de abrir la boca con este argumentario. Yo estaba allí por elección de mi esposa, sin saber que se hacía allí, y caigo en un centro con prestigio nacional. Habría que aprovecharlo.
Ya bien entrada la mañana me dirijo a parapléjicos, y en el despacho de médicos, una habitación normal modificada, conocí a la primera residente de rehabilitación: Rosa González Quevedo, que tras la presentación me dijo, ahora vendrá el jefe de parapléjicos Paco Casaus, mientras tanto siéntate ahí y no toques nada.
El departamento de rehabilitación estaba formado por: dos jefes de Servicio Antonio Gamero de ortopedia clínica y Miguel Toledo de neurología, dos jefes de sección: Manuel Rodríguez Piñero y Manolo Villa, ambos se ocupaban de la ortopedia clínica. Varios adjuntos llevaban distintas secciones: Paco Casaus, parapléjicos; Pedro Forastero, hemipléjicos; Miguel Peñafiel, respiratorio; Otros adjuntos se ocupaban de otras tareas: Luis Molina de ingresados en traumatología, Teresa Ibáñez y Alfonso Vera de escoliosis, Rosa de Pablos de consulta general, María Luisa García Curiel de parálisis cerebral, Arturo Sánchez de ingresados neurológicos en otros servicios, José Antonio Lencina de consulta general, Luis Jurado de reumatología y Montalvo teóricamente de logopedia. Digo teóricamente porque este boliviano fue un fichaje fallido, realmente era un inútil pretencioso. También formábamos parte del departamento los residentes de primero, segundo y tercero. Los más antiguos eran Luis Molina, Teresa Ibáñez y Rosa de Pablos, que ya estaban contratados como adjuntos, después venía la promoción de Gregorio Heredia, Rosa González Quevedo,Mercedes Bueno, y Blanca Hernández, después llegaron José María Yáñez, Antonio Diáñez, y por último la que completábamos el catalán y yo, Antonio González Pozas de Canarias, Trinidad Antoranz de Madrid, y Adelaido Ramos de Córdoba.
Las clases teóricas eran a las ocho y cuarto de la mañana. El temario se daba entre algunos adjuntos y jefes del departamento, y los residentes, que teníamos que prepararnos el tema que nos correspondía. A las nueve cada uno se marchaba a su rotación, si habías estado de guardia, espabila. De aquellos tiempos recuerdo las mágicas clases de Miguel Toledo, que con una tiza y espacio en la pizarra llegaba desde un embrión hasta el complejo sistema nervioso central humano, las enigmáticas clases de Manolo Rodríguez Piñero, del que siempre pensábamos que no nos contaba todo lo que sabía. El resto eran exposiciones muy correctas pero no tan brillantes. Otro punto importantes de nuestra formación fue la reducción ortopédica de escoliosis en la mesa de Cotrell, que era un prisma cuadrangular metálico donde se colocaba el paciente con escoliosis, colgado de bandas de tela con las que se ejercían fuerzas de tracción y desrotadoras, cuando se consideraba que se había reducido la escoliosis, se confeccionaba un corsé de escayola que duraba generalmente tres meses. Cuando había “yeso” el residente estaba autorizado a abandonar su puesto de rotación para asistir a esta práctica. Normalmente los corsés eran dirigidos por Manolo Villa y Teresa Ibáñez. Muchos corsés de escayola he confeccionado a lo largo de los años, recordando aquellas prácticas. Incluso me llevé al finalizar la residencia patrones de cartón de las piezas de fieltro que se usaban para proteger los rebordes óseos.
Cuando llegué al departamento todos añoraban al antiguo jefe Roberto Pastrana. Este debía de haber sido un personaje impactante y convincente. Hizo el departamento aunando médicos y fisioterapeutas expertos en diferentes áreas, para que pudieran formar a los residentes lo mejor posible. Las fisioterapeutas las trajo de Dinamarca. Cuando Pastrana se fue, se llevó a algunos de los médicos al Ramón y Cajal, y otros se fueron a dirigir otros servicios, como Macarena, Málaga y Valencia. Pero la semilla estaba puesta, cada uno dedicado a una cosa tratando de estar a la última en su terreno, y los residentes empujando para estudiar, investigar, trabajar y publicar. Máquina perfecta para investigación y desarrollo.
Tiempo después yo recordaba que ninguno de mis maestros había sido residente de rehabilitación. Venían del campo de la ortopedia, la neurología, la reumatología, de la neumología… y habían conseguido formarnos de la mejor manera posible.
A primeros del 1979 se fueron los residentes antiguos, a diferentes puestos de trabajo, y vinieron los nuevos “reclutas” Yo con seis meses era ya un veterano, había finalizado mi rotación por parapléjicos, y conociendo mejor la especialidad elegí otra rotación más sencillita. Aquel año llegaron dos nuevos residentes Joaquín Montes y Paco Fernández, ambos de Sevilla. Y al año siguiente en 1980, llegaron Manuel Jiménez de Córdoba, Daniel Tornero de Valencia, Servando López de Cádiz y María Jesús de Madrid. Hicimos una buena piña entre jefes, adjuntos y residentes. Buscábamos cualquier excusa para pasar unos ratos juntos, una paella en Coria del Río. Esa paella estaba a cargo de Manuel Rodríguez Piñero y yo, y uno por el otro se olvidó echarle la sal, por lo que salí a gorrazos. Normal, ahí aprendí que el residente era el culpable siempre. Otra vez fue un guiso de butifarras con “monchetes” o sea judías que trajo el catalán, en un chalet de Alcalá de Guadaíra. También participé en su elaboración, se habrían olvidado de la paella sin sal. Otra vez fueron unas migas con chorizo, en un apartamento de la calle Castilla, que también tuvo un final glorioso para rememorar en las crónicas. En esas comilonas de convivencia, también se bebía, se reía, y circulaba un cigarrillo de mano en mano que a casi todos contentaba. A veces había partida de póker como fin de fiesta.
En Junio de 1980 fui a mi primer congreso nacional de la especialidad en Bayona la Real, provincia de Pontevedra. El jefe Gamero nos había pedido trabajos para presentar al concurso de residentes. Como yo estaba rotando con Manolo Rodríguez-Piñero, este me dio la idea de hacer un trabajo sobre agenesias de peroné, malformación extremadamente rara, y de la que teníamos doce o trece casos. Daniel y yo buscamos las fichas de ortoprótesis, que es el dispositivo adecuado para que pudieran caminar, pedimos al archivo las historias, y a la biblioteca la bibliografía sobre esta dolencia. Le echamos bastantes horas hasta documentar los casos, ordenarlos y redactar el trabajo con la estructura habitual. Presentamos el trabajo al jefe Gamero, que nos dijo: Tenéis que poner conclusiones del estudio, sin conclusiones el trabajo no vale para nada, y conclusiones que se deriven de lo encontrado y debatido. Nos miramos Daniel y yo pensando que, después de tantas horas de trabajo, como se haría eso de extraer conclusiones. Con paciencia y muchas vueltas extrajimos cuatro o cinco conclusiones que Gamero aprobó. Enviamos el trabajo al comité científico del congreso por correo certificado en tiempo y forma. Llegó el día de ir al congreso y yo dispuse ir en mi coche, bueno era el de mi mujer, que le tocó ir con una compañera esos días, se montaron el catalán, Luis Molina y otro más que no recuerdo. El camino escogido era el camino portugués, de Sevilla a la frontera más cercana, de ahí hasta Oporto donde dormimos, y al día siguiente de Oporto a Bayona la Real. Nos inscribimos en el congreso, nos alojamos en el parador, que era la sede del mismo, y comenzamos a conocer gente y a asistir a ponencias y comunicaciones. El segundo día Teresa Ibáñez me dijo que nuestro trabajo había gustado, y que estaba como un candidato al primer premio. Se lo había dicho Roberto Pastrana, que se manejaba entre las bambalinas del comité científico. Nunca supe si él tuvo que ver o no, pero en la cena medieval de gala del congreso me nombraron como primer firmante del trabajo ganador de los residentes. Yo no cabía en mí de gozo. Era el primer trabajo que hacía, me concedieron el primer premio, me dieron un talón como ayuda a los residentes participantes, y me lo publicaron en la revista de la sociedad.
En aquel año de 1980 también sucedieron otras dos cosas importantes. Se procedió a cubrir las últimas plazas de adjunto del departamento. Se presentaba uno de nuestros más antiguos residentes y otros dos del Macarena. Una plaza la ganó nuestra compañera, y la otra la ganó Carmen Echevarría, del Macarena, desbancando a Pedro Jiménez. Sobre aquel examen voló la sospecha de que Carmen sabía una de las preguntas, por la minuciosidad de la respuesta sobre un tema muy novedoso y relativamente poco relacionado con la especialidad. Reconozco que si la hubiera ganado Pedro Jiménez habría ocurrido un conflicto de intereses con Manolo Rodríguez Piñero, pues ambos se dedicaban a lo mismo, la ortopedia. Pedro era el dueño de la ortopedia más antigua de Sevilla, toda su vida había girado sobre el conocimiento de los dispositivos ortopédicos. Manolo era el que se dedicaba a ese menester en nuestro departamento, y en ocasiones yo había sido testigo de discusiones entre ambos sobre la idoneidad del dispositivo fabricado por Pedro para un paciente de Manolo. Discusiones donde yo veía que no solo eran cuestiones técnicas, sino sobre quién daba su brazo a torcer. Siempre ganaba la discusión Manolo, pues era el que tenía que firmar el visto bueno para que Pedro cobrara el dispositivo, con gran cabreo de este último. El otro suceso es que mi promoción de residentes, una vez que se habían cubierto las plazas, fue autorizada a obtener el título por examen en la Universidad de Sevilla, en Septiembre de 1980, unos meses antes del mecanismo automático para obtenerlo al acabar la residencia. Examen que nos hizo Pérez Castilla, y que pasamos sin dificultad. Tras la consecución del título de especialista iniciamos la sucesión de exámenes para obtener plaza en alguna provincia. En uno de mis exámenes, creo que en Zaragoza, falté a una guardia. Lo normal era que alguno de mis compañeros me hubiera sustituido, pero la guardia era con Montalvo, y nadie quiso presentarse a la misma. El tal Montalvo me puso un parte por escrito de mi falta, y el jefe Gamero me comentó que era falta grave y que no podía impedirlo. Así que fui llamado al despacho del director del hospital. Cuando se enteró del motivo de la falta, me recomendó amistosamente que siguiera estudiando y que ganara mi plaza. Así que yo libré el castigo, y Montalvo se comió su enfado, no solo conmigo, sino con todos los residentes en general, que lo habían dejado solo. Al final de aquel año 1980 acabé todas las rotaciones y mi residencia. Con el título en la mano comencé a volar por mi especialidad, pues ya era mía, en Ponferrada, provincia de León, cuya plaza de adjunto gané en Noviembre de 1980. No llevaba tantos conocimientos como método para conseguirlos. Mi formación había sido básica, y era necesario completarla con libros recomendados por Miguel Toledo, publicaciones y naturalmente experiencia. De todos los que me enseñaron tengo que resaltar a Miguel Toledo y Manuel Rodríguez Piñero, a los que considero mis maestros, pues no solo me ofrecieron conocimientos, sino también método de análisis y reflexión. De ellos traté de imitar hasta los gestos. Tuve con ellos un trato respetuoso y siempre atendí a sus consejos.
Hospital Camino de Santiago de Ponferrada
Llegué a Ponferrada en Enero de 1981 a un servicio muy pequeño. Estaba formado por el Jefe de Sección y yo. Una enfermera para las consultas y cuatro fisioterapeutas. Había muy poco trabajo, consultas de nueve o diez pacientes y algunos pacientes ingresados. Mi jefe se había formado en el Hospital de La Paz en Madrid y a mi inexperto parecer con muchas lagunas. No nos llevamos mal, cada uno atendía a sus pacientes sin meterse en el trabajo del otro. En el Hospital Camino de Santiago había dos grupos de especialistas, los jóvenes formados por el sistema MIR. y los mayores formados sin el sistema MIR. La diferencia científico técnica era importante, así que pronto las interconsultas de especialistas se dirigían nominalmente para evitar un resultado calamitoso. Hasta el golpe de estado del 23 F de 1982 se siguió por ambos grupos con entusiasmo diferente.
En Septiembre de 1981 llegó el momento de escolarizar a mi hija de tres años y medio. Un amigo cardiólogo de mi hospital se ofreció a avalar para que mi hija entrara en el exclusivo colegio de las monjas alemanas. Nos citamos y fuimos los dos matrimonios con mi hija a dicho colegio. Cuando llegamos la monja recepcionista con cierto grado de autosuficiencia me informó en la oficina de las cuestiones crematísticas y de vestuario para la niña. Me sorprendió la necesidad de tener unos patucos de lana para encima del calzado. Cuando luego vimos el brillante y enorme pasillo entre las clases, pensé que los patucos eran para abrillantar más el suelo. Pedí que me enseñaran la futura clase de mi hija, y ofendida me dijo que no era posible. El colegio en su estructura y quizás la altivez de la monja se me asemejó al colegio de las teresianas de San Juan de Aznalfarache, donde yo empecé a desasnarme. Entré en pánico y le dije a la monja que me iba a pensar si mi hija entraba en el colegio. La rabia con la que la monja tachaba el nombre de su cuaderno solo era comparable en magnitud a la cara de asombro de la elitista mujer de mi compañero cardiólogo. Cerca de casa había un colegio/guardería subvencionado por el estado. Se llamaba de las monjas italianas. Decidimos ir a mirar y una limpiadora, dejo el cubo y la fregona para atendernos. Nos enseñó las clases, el comedor, la sala de siestas, la cocina, los aseos adaptados a los niños. Y ante la falta de imágenes religiosas le pregunté. Oiga, me habían dicho que este colegio era de monjas italianas, ella me dijo: Claro, yo soy una de ellas. Así que allí apuntamos a la niña, e incluso pasado un tiempo, a veces me quedaba a merendar charlando con ellas. Cuando volvía de Sevilla les llevaba dulces de Castilleja de la Cuesta que les encantaban.
Durante mi estancia en Ponferrada ocurrió el suceso del envenenamiento masivo por aceite de colza desnaturalizado. Aunque la mayoría de los casos se dieron en Madrid y alrededores, el envenenamiento siguió por la carretera de La Coruña y llegó al Bierzo, comarca leonesa cuya capital es Ponferrada. Al principio se sospechó que era una psitacosis, enfermedad por micoplasma vehiculada por los pájaros, lo que dio pie a una importante metedura de pata del ministro de sanidad de la época. Al hospital acudían los envenenados con unos cuadros de neumonía intersticial, supuestamente infecciosas, pero que respondían muy bien a los corticoides, para sorpresa general. Como los pacientes seguían la ruta de la carretera donde se había distribuido el aceite venenoso, cada vez acudían de pueblos más cercanos a mi casa. Así que determiné que si se acercaba demasiado a mi casa, mi mujer y mi hija irían a Sevilla. Al mismo tiempo me reafirmaba, que la falta de un epidemiólogo en mi hospital enlenteció la respuesta adecuada al envenenamiento. Pues el Bierzo es una comarca rodeada de montañas muy altas, y era un laboratorio suficientemente aislado para obtener conclusiones mucho antes que en Leganés, por poner un ejemplo. Si el epidemiólogo hubiera señalado en un mapa la procedencia de los enfermos hubiera visto que seguían la carretera, y abandonado enseguida la teoría de las aves transmisoras. El caso es que cuando llegó a los alrededores de mi casa ya se sabía el origen de la enfermedad, y no hubo necesidad de evacuar a nadie. El cuadro grave era crónico y con importantes secuelas de movilidad. Estaba afectada la piel, con una dermatitis que la hacía parecer cuero grueso, duro y nada flexible. Esto se acompañaba por vasculopatías, miopatías y neuropatías con parálisis y atrofias musculares generalizadas, y dolor neuropático intenso. Todos estos pacientes, con el aspecto de desnutridos severos, con rigideces insalvables en brazos y piernas, precisaron de rehabilitación durante muchos meses, por lo que durante ese tiempo yo trabajaba mañana y tarde, con sueldo extra. Junto a los pacientes severamente afectados también se apuntaron caraduras que pretendían beneficiarse de las atenciones y subsidios, a estos fuimos desmontando sus pretensiones con no pocas dificultades. Las monjas del colegio de mi hija me dijeron: Nosotras tenemos un par de garrafas de aceite de oliva comprado a granel, que pudieran ser el de la colza venenosa ¿Qué hacemos con ellas? Yo les contesté que el gobierno a través de los ayuntamientos cambiaba las garrafas dudosas por otras de aceite de oliva auténtico, que sin miedo las cambiaran, pues habían sido estafadas. Y luego pensé, menos mal que no las habían usado aún, pues mi hija comía en el colegio.
La comunidad de médicos formados con el MIR de dicho hospital era muy interesante, los había de variadas localizaciones, navarros, castellanos, gallegos, andaluces, madrileños, extremeños e incluso leoneses. Nos unió el rechazo a la falta de formación de los otros, no eran divergencias políticas, sino técnicas. Todos sin falta estábamos allí de paso, deseando volver a lugares más cercanos a nuestra ciudad de nacimiento o formación, pero algunos llevaban de paso siete años, lo que me hacía dudar de la facilidad de salir del aquel hoyo nunca mejor dicho. El caso es que enviando currículos y acudiendo a algún examen, a los dos años un mes y un día salimos para el sur, en principio para trabajar en Llerena de Badajoz.
Hospital comarcal de Llerena
En Febrero del 1983 llegué a Badajoz a tomar posesión de la plaza de médico adjunto de Llerena. Allí me dijeron que el Hospital acababa de inaugurarse y que algunos servicios no funcionaban aún. Uno de ellos era el mío. Mi misión consistía en ir organizando el servicio hasta que estuviera preparado para iniciar sus actividades. La familia quedó en Sevilla a la espera de acontecimientos, por entonces ya éramos cuatro, pues en Ponferrada me nació un hijo. Al día siguiente me acerqué al hospital, visite el espacio físico de la consulta y la sala de fisioterapia, observe el equipamiento ya enviado y consulté el por enviar, y decidí ir a Llerena dos veces en semana, para dirigir la colocación del equipamiento conforme fuera llegando. Llerena es un hospital pequeñito, construido en dos plantas albergaba una serie corta de especialistas, las especialidades llamadas médicas, cardiología, neumología, neurología, reumatología, etc., las llevaba medicina interna. A mediados de Marzo me examiné en Córdoba de la plaza de jefe de Sección del Hospital de Cabra, plaza que gané. Había que esperar su publicación para poder tomar posesión. A finales de Marzo el servicio de rehabilitación de Llerena ya estaba preparado para comenzar su actividad, y desde Badajoz me conminaron iniciar la consulta y terapia propias de mi especialidad. Yo les informé que empezaría con gusto, pero que en pocos días tendría que renunciar a la plaza por haber ganado la jefatura de sección de Cabra, con lo que se lo pensaron mejor y me dijeron que no empezara. No sé si contrataron alguien. Pero en Abril yo me marché a Córdoba para tomar posesión de mi plaza de Jefe de Sección de rehabilitación del Hospital Infanta Margarita de Cabra. Yo tenía treinta años, llevaba dos año y tres meses de especialista, y ya era jefe de sección. No era mal comienzo.
Hospital Infanta Margarita de Cabra
El Servicio de Cabra era como el de Ponferrada, es decir un jefe de sección, un adjunto y cuatro fisioterapeutas. Teníamos dos consultas, una sala de terapia y las visitas a los pacientes ingresados. Iniciamos la actividad sin demora. Mi compañera, que se había formado y vivía en Córdoba capital, se desplazaba diariamente hasta Cabra, como bastantes enfermeras y auxiliares del hospital. El conjunto de médicos del hospital éramos jóvenes, formados por el sistema MIR en Córdoba y Sevilla sobre todo, e hicimos un gran piña. Bastantes eran de mi curso de la Universidad de Sevilla, y como pasó durante mi residencia hicimos grandes festejos en conjunto. El trabajo en el hospital era una delicia, había mucha coordinación de actuaciones, por lo que apenas se planteaban problemas entre los servicios. Era un mundo maravilloso donde todas las especialidades se conjuntaban por el bien de los usuarios del hospital, sin rencillas ni envidias, ni luchas de poder. Yo me fui a vivir a Lucena, que me resultaba más barato que el encarecido Cabra. Una casa a las afueras con dos plantas y diminutos jardín y patio. Enfrente un olivar, y el vecindario maestros jóvenes, con niños como los míos. Enseguida hicimos amistad y se organizaron excursiones por los alrededores y festejos en la calle. Por aquél entonces retomé el hacer ejercicio, corría, jugaba tenis y fulbito. Mi vida tomó una calidad importante, en casa y en el trabajo. Por aquel entonces asistí a una reunión de la Sociedad Andaluza de Rehabilitación en la Fundación Hans Seidel, finca en la montaña sobre Marbella. Esa Fundación estaba dirigida por miembros del partido conservador alemán, y su misión era formar a los políticos conservadores españoles. No obstante se podían utilizar sus instalaciones, como hizo la sociedad andaluza. En aquella reunión me inscribí en la misma, para poder participar en sus reuniones. Uno de los ponentes era un médico de Málaga que disertaba sobre escoliosis. La última imagen que puso era de la giralda de Sevilla. Preguntando me enteré que aunque trabajaba en Málaga, Alonso Hidalgo era sevillano y formado en el Macarena. Como mi intención era volver a Sevilla, había conocido a un contrincante con el que luego coincidí muchos años. En Cabra la tarea era mayor que en Ponferrada, pro no era extenuante, la demora en las consultas era muy razonable, y en las terapias era algo mayor, pero gestionable. Algún corsé de escayola pusimos en la mesa de Cotrell del Hospital Reina Sofía de Córdoba. Yo decidí darle la importancia que merecía al Jefe de Servicio de Córdoba, a la sazón César Cayuelas, y asistíamos Josefina mi compañera y yo a algunas sesiones clínicas de dicho servicio.
En Diciembre de 1984 fui invitado por el Hospital de San Juan de Dios de Córdoba como ponente en su programa de docencia para posgraduados en la mesa titulada coxartrosis, ponencia que compartía con el Dr. Gala Velasco, jefe de traumatología del Hospital Reina Sofía de Córdoba, y hermano del insigne escritor. Fue mi primera ponencia, y no resultó satisfactoria por culpa de un fisioterapeuta fanático que preguntaba intensamente bobadas no relacionadas con la ponencia en sí, con el objetivo de demostrar mi escasa formación. La verdad es que me puso nervioso, e incapaz de disfrutar del momento. A principios de 1985 fue el concurso para cubrir la plaza de jefe de sección del Hospital de Valme. Significaba mi vuelta a Sevilla. Así que me puse las pilas, y retomé el estudio en serio de mi especialidad. También se convocaban las de médico adjunto, pero yo, que estaba estupendamente en Cabra me dije: o jefe de sección o me quedo en Cabra. Nunca antes había pensado en ponerle precio a mi llegada a Sevilla. No sé por qué el examen se desarrolló en Córdoba. Allí me encontré con los contrincantes esperados, colegas míos de residencia de Virgen del Rocío, como Rosa González Quevedo, Joaquín Montes, José María Yáñez, y alguno inesperado como Pablo Bosch, que yo lo suponía sin el MIR, y lo había realizado completo en el Macarena. El jefe del servicio de Valme, que no quiso hablar conmigo en una ocasión en que lo llamé, tenía otro candidato que no era yo, José María Yañez, de Coria del Río y socialista como él. Sin embargo en el examen gané la plaza no sin poco debate en el tribunal. Al final del mismo casi todos los que se presentaron a la plaza de jefe de sección nos encontramos en Valme para trabajar juntos. Poco después del examen me dejé engatusar por un anestesista del hospital, que en aquel momento era el director gerente del mismo. Como antes dije me gustaba la gente que trabajaba en el hospital, por lo que acepté la dirección médica del mismo. El reto era infundir sentido común en la dirección, que estaba desierta. La jugarreta del gerente era dimitir tras mi nombramiento, y conseguir que fuera nombrado por la dirección provincial de Córdoba gerente de los servicios médicos de Cabra, de atención primaria y especializada. Nada que ver con lo que yo pensaba realizar, ni lo que a mí me gustaba. Estuve en ese puesto unos cuatro meses, y la experiencia me convenció que el puesto de gerente de hospital no es para un médico. No tiene nada que ver con la medicina ni su organización, sino más bien con la gestión de empresas.
Durante mi etapa en la gestión me llamó la atención la ruina económica del hospital. Debíamos ingentes cantidades de dinero a los proveedores, a algunos varios años, que sin embargo seguían proveyendo. Yo decidí que a los primeros que se pagaba era a los proveedores del mismo Cabra, alimentos y pequeño material. Supuse que las grandes empresas podían mantenerse con nuestra deuda. Como en 1984 no se había inaugurado el Hospital de Pozoblanco, el director provincial Paco Salamanca y yo fuimos a los servicios centrales de Sevilla a solicitar que aquella partida presupuestaria se quedara en Córdoba, para los pagos de nuestras ingentes deudas. El director de asistencia sanitaria, cuyo nombre no recuerdo y me alegro, nos ridiculizó por nuestra petición, creo que nos tildó de catetos, o algo similar. Así que nos volvimos a Córdoba desilusionados. Como respuesta al atropello, me declaré en desobediencia con dicha dirección de asistencia sanitaria, por lo que me gané un tirón de orejas virtual desde la subdirección provincial de Córdoba, donde un tal Mingorance me dijo, Fernando esas no son formas de hacer las cosas desde la gerencia de un servicio sanitario, nos han llamado de Sevilla para que te llamemos al orden. Así que date por reñido, sin más. Poco después nos llegó desde Sevilla una importante partida de dinero, que alivió parcialmente nuestras penurias. Durante esos cuatro meses que estuve de gerente visité el estado lamentable del centro de salud, nos pasó el episodio de que nos quedáramos sin agua en Agosto por sequía, obligándonos a comprar un camión de agua para llenar el aljibe, y el episodio de la plaga de chinches. Una enfermera, que tenía un familiar ingresado, nos contó que había sido salvajemente picada por chinches en la habitación. Nos pusimos a mirar y había cientos de chinches en las costuras de los asientos de acompañante. La empresa contratada para la desinsectación dijo que había que desalojar la planta. Así que: se bañaba a los enfermos, con pijama limpio se subía a la planta vacía por vacaciones que habíamos abierto a la sazón. Cuando la planta estaba vacía entraban las limpiadoras con agua caliente y jabón a darle a los sillones, y cuando estuvieron limpios, venían a desinsectar. Así tuvimos que tratar tres plantas del hospital. Mientras tanto cursé a la puerta la orden de que no dejaran pasar ni ramos de flores, ni personas a las que se les notara que venían del campo sin cambiarse previamente en casa. Los usuarios aceptaban la norma cuando se le explicaban los motivos, sin discusión alguna. En tres semanas estaba solucionado el tema de la plaga. En otra ocasión el autobús que venía de Córdoba con el relevo de enfermería de la tarde, sufrió una avería, y parte del relevo de la mañana ya se había ido. Decidí que no saliera ningún trabajador más de las plantas hasta que no llegara el relevo de tarde. A las cuatro de la tarde llegaron al hospital, dando el relevo adecuado a los sufridores de la mañana, que habían trabajado unas horas más. En el hospital había un oscuro personaje encargado de la jefatura de celadores. Era uno de los que se aferraban a su pequeño poder haciendo lo que le venía en gana y fastidiando a los que podía. Recorté sus funciones y un par de semanas después, mientras dirigía una importante junta facultativa, en la que se repartía entre los servicios las inversiones de ese año, se me aproximó y me dijo al oído: Han llamado a la centralita para advertirnos que la ETA ha puesto una bomba en el hospital. Yo me quedé mirando, y pensé: No puede ser ¿En Cabra? ¿La Eta? ¿Y viene este a decírmelo? Este quiere que yo pierda los papeles y monte un numerito, pues aviado va. Con toda la calma que pude le dije: Muchas gracias, no hagas ni digas nada a nadie. Y seguí la importante reunión. Por supuesto deduje bien, no había aviso de bomba, ni naturalmente bomba alguna, pero los compañeros que estaban sentados cerca de mí, y que oyeron la advertencia, se me quedaron mirando con asombro por mi capacidad de arriesgar ante lo improbable. Supongo que ese día fui comidilla en los mentideros del hospital.
El cuatro de Septiembre de 1985, último día del plazo para tomar posesión de mi plaza de jefe de sección en el hospital Virgen de Valme, me encontraba delante de los servicios centrales del SAS para tomar posesión, y esperaba que en Córdoba me dieran de baja de la gerencia del hospital esa misma mañana. Así que en breve lapso de tiempo acabé con mi experiencia en la gerencia sanitaria, y volví a la vida de especialista, pero ya en Sevilla. Llevaba cuatro años y nueve meses de especialista, lejos de mi ciudad, y había pasado por tres hospitales y actividades muy diferentes.
Hospital médico-quirúrgico Nuestra Señora de Valme de 1985 a 1990
Valme era mi destino definitivo. Estaba en mi ciudad, y de jefe de sección. Eso sí, con un jefe que en principio no me quería, pero eso no me preocupaba lo más mínimo. El hospital de Valme tenía un horario extraño, se trabajaba mañana y tarde, de nueve a diecisiete de lunes a viernes. Comíamos en el hospital, y por la tarde no se abrían las consultas, por lo que se utilizaba en reuniones, estudios, etc. Pronto pasó a denominarse dicha actividad la siesta terapéutica, y en ocasiones jugábamos al fútbol. Lo que si me dio esas tardes es la oportunidad de charlar con mi jefe un montón de horas. A mi jefe le temían mis compañeros por lo que charlaba, y como lo charlaba. Ellos decían que era pesado y tedioso. Más adelante me di cuenta que los que lo conocían de otros hospitales le huían, por lo que pensé que quizás tuvieran razón, o tenían poca paciencia. A mí nunca me importó que charláramos todo el rato que deseara, eso sí cuando comenzaba a repetirse yo dirigía la conversación a otros derroteros no comentados. Al poco tiempo nuestro hospital pasó a ser de ocho de la mañana a tres de la tarde como todos los del SAS. Habíamos dejado de ser el buque insignia de la consejería de salud. La idea no era mala, así funcionan los hospitales americanos, pero claro con contenido asistencial.
La actividad que desarrollaba en aquellos primeros años era la de atender las solicitudes de rehabilitación de los enfermos ingresados en otros servicios. Junto con otro compañero nos encargábamos de visitar a los pacientes ingresados, evaluarlos y seguir su evolución general y de su movilidad. Como puede observarse no había mucho trabajo en aquellos primeros años. Esa tarea la podía realizar uno solo sin problemas. El resto quedaba en las consultas del hospital y en la de Dos Hermanas, localidad cercana en la que teníamos consulta y sala de terapia en el centro de salud. La idea del SAS y de mi jefe, y que yo compartía, era abrir consultas y salas de terapia en distintas poblaciones grandes o cabeceras de comarca, para conseguir descongestionar el hospital acercando la fisioterapia al usuario que la necesitara. Algunos desplazamientos en los confines de nuestra área de salud tardaban una hora en llegar al hospital. Unidades periféricas de rehabilitación las llamábamos. En ellas se tratarían a los pacientes que necesitaran transporte sanitario, los más frágiles y discapacitados. Estarían dotadas de auxiliar de sala de fisioterapia, celador, y lógicamente de fisioterapeuta. Si el espacio lo permitiera se pasaría consulta también. Como en aquel momento no estaba informatizada la unidad, en cada unidad periférica se abriría historia de rehabilitación, que custodiaríamos nosotros. Así a lo largo de los años abrimos en Alcalá de Guadaíra, en un centro municipal de servicios sociales, en Lebrija, en el propio centro de Salud, en Morón, en el propio centro de especialidades. Este despliegue no estuvo exento de errores. En Lebrija, donde no había ningún especialista llegamos a abrir en diez años diez mil historias clínicas, es decir 10.000 pacientes nuevos atendidos en una población de veinticuatro mil habitantes. Eso era una barbaridad En los otros centros, como había todo tipo de especialistas cercanos, la frecuentación era mucho menor. Cuando se informatizó la red de asistencia, y se abrió el hospital de Lebrija con médico rehabilitador, se acabó nuestra presión asistencial en dicha zona.
A principios del año 1989 me encontré con un antiguo compañero de batallas deportivas. Habíamos pertenecido ambos al equipo de piragüismo del Real Círculo de Labradores, que tenía un prestigioso equipo de piragüistas en España. El era un cirujano plástico experto del Hospital Virgen Macarena, que se había hecho cargo del tratamiento urgente de las lesiones laborales de las manos. Asistía estas lesiones en las urgencias del hospital Sagrado Corazón, y facturaba a todas las mutualidades de accidente de trabajo. La clínica que había fundado precisaba de un rehabilitador para completar la asistencia hasta el alta o las secuelas definitivas. La clínica se llamaba LOV, que a mí me parecía un nombre algo ambiguo. El me contaba que era el lema que había sobre la entrada de una harinera de su abuelo en el pueblo gaditano de Villamartín, “Labor Omnia Vincit” con lo que no había más que discutir. La clínica en cuestión atendía a pacientes de cirugía plástica, medicina estética y rehabilitación. Yo renuncié a la exclusiva de mi hospital, y me puse a tratar manos catastróficas recompuestas. A los seis meses ya compensaba la renuncia a la exclusividad, trabajando muchas más horas claro. Ovillos de tendones y nervios por mordeduras de perro, quemaduras, aplastamientos y amputaciones de dedos fueron las lesiones más graves que tuvimos que lidiar. El se encargaba de la cirugía urgente, junto con otros dos compañeros, y yo me encargaba de las curas y la rehabilitación. Así que aprendí las curas posquirúrgicas, los vendajes compresivos, los vendajes protectores, las férulas de yeso parciales de la mano, yesos funcionales de dedos, y las movilizaciones precoces. A veces el cirujano recomponía catástrofes realizadas por otros cirujanos poco expertos o poco cuidadosos, que de todo hay. Adquirí una experiencia importante en suturas tendinosas, acortando los tiempos de tratamiento con las movilizaciones precoces. En tres semanas movilizaba a los tendones extensores, excepto el del pulgar, y en cuatro semanas los flexores y el extensor del pulgar. Fui a un congreso en Valencia de lesiones laborales de las manos, muy provechoso, aunque la parte de rehabilitación fue principalmente de amputaciones del miembro superior, lesiones que yo no veía. La clínica LOV facturaba por mí las curas y la rehabilitación, y esos eran mis honorarios laborales. A los tres años se abrió el Hospital del Fremap en Sevilla, y se acabaron las urgencias y las manos. El cirujano reconvirtió su consulta en cirugía estética: liposucciones, ampliaciones o reducciones de mamas, e implantes de cabello. Yo reconvertí mi consulta en rehabilitación general, y me apunte a las compañías aseguradoras de enfermedad.
Yo pensaba estar diez años trabajando para las compañías aseguradoras, y pasado este tiempo reconsiderar mi actitud. Durante esa década trabaje de lunes a viernes en Sevilla este, Nervión y Dos Hermanas. Al final de esa década, ya con cincuenta años, solo trabajaba en el barrio sevillano de Nervión, donde aún sigo. Sobre el pago en nómina del hospital por la exclusividad, siempre pensé que los que trabajábamos mañana y tarde adquiríamos mayor experiencia que los exclusivos, y que ese punto de mejora no nos era recompensado. El SAS consideraba que los que trabajábamos en el ejercicio libre nos esforzábamos menos por la mañana, o escaqueábamos pacientes a la privada, y no dudo que alguno lo hiciera, pero la gran mayoría lo que le gustaba era trabajar y rendir el máximo en los dos ámbitos. Claro que era más satisfactorio el de la tarde, por la ausencia de imposiciones y reglas de la autoridad sanitaria, y porque, si trabajabas más, ganabas más, cosa que no ocurría por la mañana.
En el año 1989 el servicio andaluz de salud me nombro vocal del tribunal para la provisión de plazas vacantes de los servicios de rehabilitación en los turnos restringido y libre del concurso oposición. Se celebraron en Córdoba en Octubre y Noviembre de aquel mismo año. Fue mi primera experiencia como examinador, y me reportó severas dudas sobre la equidad del sistema. Dudas que ya no me abandonaron en toda mi carrera profesional y docente. En todos los exámenes posteriores tuve la precaución de no prejuzgar, y de dar a cada respuesta el valor adecuado a lo que se pretendía con el examen.
Hospital Virgen de Valme de 1990 a 1995
En el año de 1990 Manuel Rodríguez Piñero y Bravo Ferrer se presentaba a la presidencia de la Sociedad Andaluza de Rehabilitación, y me pidió que yo fuera su secretario. Por aquel entonces la sociedad andaluza de rehabilitación se denominaba ya Sociedad andaluza de rehabilitación y medicina física, nombre que trataba de implantarse en todo el país. No podía negarme a quien yo consideraba uno de mis maestros. Así que dicha candidatura él como presidente, yo como secretario, y Marien Martínez Sahuquillo como tesorera fue elegida en la asamblea de aquel año. Manolo que tenía el empuje de un ciclón se decidió durante su mandato en reformar: los estatutos, las relaciones con la consejería de salud, con el servicio andaluz de salud, con la sociedad española… Y porque no tenía más competencias por reformar. Durante su mandato se reformaron todas las cosas que se había propuesto, si bien las relacionadas con el servicio andaluz de salud y la consejería fueron peticiones concretas, ya que no estaba en nuestra mano la reforma. Yo le redactaba un guión de sus informes a la asamblea, escribía las cartas que me dictaba, mantenía al día la correspondencia de la sociedad, y me hice de un portafirmas para presentar en su casa la correspondencia como “Dios manda” lo que no sabía era que el portafirmas era de la jefatura provincial del movimiento de la época franquista, circunstancia que seguro le habría agradado, pero yo no estaba dispuesto a confesar como lo había obtenido. Con esta secretaría comenzó una larga relación por mi parte con la sociedad andaluza de rehabilitación.
En el año 1991 la consejería de salud de la junta de Andalucía se decidió a organizar un grupo de expertos para realizar el Plan Andaluz de Salud. En la consejería me encargaron que coordinara el grupo de salud musculo esquelética. Estaba formado por varias especialidades: traumatología, rehabilitación, atención primaria, salud pública y un médico de la agencia andaluza del medicamento. Nuestras conclusiones, que se publicaron en el conjunto del plan, aconsejaban incrementar el ejercicio físico en la adolescencia, para incrementar la masa muscular y la densidad mineral ósea en la población adulta, y disminuir la obesidad, y reducir el consumo de café y coca cola que disminuyen la mineralización ósea. Nos encerraron en Bubión varios días en dos ocasiones para elaborar dichas conclusiones, junto a la extensa bibliografía utilizada. Fue una experiencia muy instructiva.
El jefe del servicio Virilo Tejedor había solicitado en 1990 a la comisión nacional de docencia de rehabilitación en Madrid, que se concediera docencia de residentes a nuestro servicio de Valme. Era su deseo, y yo lo apoyaba, pero el resto del servicio era contrario a tener residentes. El argumento era que en nuestro servicio no había pacientes parapléjicos, ni suficientes casos de parálisis cerebrales y otras patologías de gran discapacidad. Esas carencias se podían soslayar haciendo rotaciones en Virgen del Rocío, como hacían los del Macarena, pero la postura de los negacionistas era inamovible. Pues bien, a pesar de su opinión, en 1991 vino el primer residente al servicio. Y cada año vino uno hasta un total de cuatro. En el cuarto año solo eran tres los residentes, pues el primero se había vuelto a presentar al MIR y había elegido medicina interna en Valme también, le gustaba más, según dijo. A los residentes se le daban sus clases, y rotaban por las diferentes consultas y por las unidades de Virgen del Rocío que eran necesarias para su formación. Y pasado el tiempo puedo decir que no tardaron en obtener su primer contrato de rehabilitación al acabar su residencia. Personalmente yo comprendía a los compañeros que decían que la docencia iba a ser incompleta, pero por otra parte tengo la convicción de que si un residente estudia y trabaja será bueno aunque se haya formado en un hospital pequeño. Esa opinión y la lealtad a mi jefe me indujeron a apoyarlo en la docencia posgrado.
El mismo año 1991 un profesor de medicina interna de la universidad de Cádiz, que compartía un pasado piragüistico conmigo, me invitó a su curso del doctorado “Puesta al día en reumatología” con el tema rehabilitación en la artritis reumatoide. Fue mi primera experiencia docente universitaria. Posteriormente en Mayo del mismo año el colegio de médicos de Sevilla me invitó a participar en un curso sobre tratamiento del dolor crónico para médicos generalistas en Ecija. Por otra parte mi hospital organizaba cursos sobre rehabilitación para médicos generalistas en los centros de salud de nuestra área sanitaria, en los que naturalmente participé junto a mi jefe de servicio Virilo Tejedor. Los cursos fueron impartidos en Alcalá de Guadaíra y Las Cabezas de San Juan en 1990, en Dos Hermanas 1 y Arahal en 1991, en Dos Hermanas 2 y Morón en 1992, Bellavista en 1993 y Utrera en 1994. Tratábamos de dar a conocer nuestra especialidad, sin crear demasiadas expectativas, que pudieran sobrecargarnos. Objetivo que no era fácil.
En Junio de 1993 la ASOAN, asociación de empresas de ortopedia técnica, me invitó a participar en sus segundas jornadas andaluzas que se celebraban en Jerez, con la ponencia escoliosis del adulto.
En Noviembre de 1993 la dirección general de asistencia especializada me nombró comisionado experto para la adquisición del equipamiento sanitario específico del servicio de rehabilitación del hospital Juan Ramón Jiménez. En dicha comisión conocí a Fernández Abdesalam, jefe de la unidad a equipar, y del que yo había tenido referencias nada halagadoras, de varias personas. Durante varias jornadas, que duró la comisión, nunca tuve la sensación de que me engañara o abusara de mi benevolencia. El equipamiento solicitado por él era razonable, y fue aprobado al completo. Circunstancia que no lo redimía de su fama.
La Junta de Andalucía convocó en 1994 la promoción de plazas de facultativos para asesores técnicos de valoración de los centros base del Instituto Andaluz de Servicios Sociales. En las bases de dicha convocatoria el título de médico especialista en rehabilitación tenía el mismo valor que el de médico generalista. Estudiado este tema por la junta directiva de la sociedad andaluza se decidió consultar a un catedrático de derecho contencioso administrativo de la Universidad de Sevilla, conocido de nuestro presidente Manuel Rodríguez Piñero. Tras su estudio este catedrático concluyó que veía viable el plantear un recurso a la junta de andalucía, con posibilidades de ganarlo y modificar dicha convocatoria. Aquel recurso se interpuso en Diciembre de 1994, y supuso un importante coste para la economía de nuestra sociedad, de tal calibre que tuvimos que poner una cuota especial a los socios andaluces, y solicitar ayuda económica de la española.
Hospital Universitario Virgen de Valme de 1995 a 2000
A mediados de 1994 el jefe del servicio fue diagnosticado de una grave enfermedad, de la que falleció a los pocos meses. Cuando se confirmó que no iba a recuperarse de la enfermedad, los médicos del servicio y los tres residentes me presionaron para que yo escribiera a la comisión nacional de la especialidad y renunciara a la docencia. Yo les prometí que al día siguiente del fallecimiento del jefe escribiría dicha carta. No estaba dispuesto a continuar la docencia con todo el mundo, residentes incluidos, remando en contra. El residente de tercero, que era granadino, estaba muy interesado en el cese de la docencia en Valme, pues se abría la expectativa de volver a Granada a finalizar la docencia. Los otros dos residentes eran sevillanos, y ganaban menos con el envite. El caso fue que al día siguiente del funeral y entierro de Virilo Tejedor escribí la carta de renuncia a la docencia, ante el asombro de los miembros de la comisión nacional y de los otros servicios de mi hospital. Incluso Pérez Castilla jefe del Macarena me llamó para decirme, que le había llamado desde Madrid Luis Pablo Rodríguez presidente de la comisión de docencia para confirmar la insólita petición. A cambio quedaron contentos los negacionistas y los residentes. El de tercero se fue a Granada a terminar su residencia, y los sevillanos una al Virgen del Rocío y la otra al Macarena. Ahí se acabó la historia de la docencia posgrado en rehabilitación del hospital de Valme.
En Junio del año 1995 fui encargado por promoción interna como jefe del servicio de rehabilitación. Si bien los motivos de la promoción interna fueron responsables de que yo no celebrara dicho nombramiento, no podía evitar cierta satisfacción ante el hecho de dirigir el servicio. Tenía cuarentaidos años, y llevaba diecisiete de especialista. Ese podía ser mi puesto hasta la jubilación.
En la asamblea de la sociedad andaluza de rehabilitación celebrada en Granada en 1995 se votó la candidatura de Carlos Recio como presidente de la sociedad andaluza, y Marién y yo repetíamos como tesorera y secretario. Él era jefe del servicio de rehabilitación del hospital Puerta del Mar en Cádiz, había ganado la plaza en un concurso oposición, y se había formado y trabajado en el hospital Vall d´Hebron de Barcelona, donde conservaba grandes amigos. Carlos era menos impetuoso que Manuel Rodríguez Piñero, por lo que su secretaría fue mucho menos intensa. Un hermano suyo era alto cargo de la Junta de Andalucía, por lo que sus contactos con la consejería y el servicio andaluz de salud fueron más fáciles y con gran sintonía por ambas partes. Carlos Recio se propuso promover una mayor vertebración de la sociedad, dando mayor protagonismo a los delegados provinciales, incluso para organizar reuniones provinciales, y sanear económicamente la sociedad, que con el contencioso administrativo y la exigencia bancaria de los veinte dígitos se había deteriorado severamente.
En otoño de 1995 asistí en Bilbao a la reunión transpirenaica de rehabilitación. Llevaba ya varias ediciones, un año en el sur de Francia y otro año en el norte de España, participaban los servicios de rehabilitación navarros, aragoneses, catalanes y vascongados, a parte de los franceses del sur. Las ponencias se hacían con las presentaciones en el idioma contrario al del ponente, que usaría su idioma durante la ponencia. Así todos entendían la comunicación. Yo allí no pintaba nada trabajando en un hospital andaluz, pero pensé que podíamos hacer en el sur algo parecido con los colegas algarvíos. Ya en 1993 tuvimos una reunión conjunta entre andaluces y extremeños en Zafra a petición de la SOREX. En la primavera de 1996 realizamos una reunión de la sociedad andaluza en Vilamoura en coordinación con los colegas portugueses del sur.
La dirección provincial de la consejería de salud en Sevilla me nombró comisionado para el seguimiento de las prescripciones de dispositivos ortopédicos de la provincia. En grupo formado por un traumatólogo y dos rehabilitadores estudiábamos la idoneidad de algunas prescripciones elegidas previamente en una oficina de la delegación, como candidatas a la fiscalización. Dicha comisión estuvo funcionando desde Septiembre de 1996 a Junio de 1997.
En Diciembre de 1996 organicé en el hospital de Valme la segunda reunión semestral de la sociedad andaluza de rehabilitación de ese año. Para el tema de la reunión se me ocurrió el tratamiento de las lesiones traumáticas de la mano, teniendo en cuenta la experiencia obtenida en LOV. Así que invité al cirujano plástico y amigo Francisco Romero de la Puerta que disertó sobre lesiones tendinosas y traumáticas de las manos, y manos catastróficas, con abundancia de imágenes, posteriormente seguí yo con el tratamiento rehabilitador tanto ortésico como fisioterápico, también con profusión de imágenes y tipos de férulas estándar y a medida. La reunión, que moderaba Pérez Castilla fue un éxito científico y de asistencia, por lo que quedé plenamente satisfecho de la misma. Por aquel entonces las reuniones de la sociedad andaluza eran gratuitas, las financiaba la industria farmacéutica y ortopédica mediante expositores en la entrada de la misma. La comida posterior se celebró en el Hotel Bellavista, situado justo enfrente del hospital, al que fuimos andando al finalizar el evento.
El mismo Pérez Castilla, jefe del Macarena y catedrático de rehabilitación, que moderó la reunión que acababa de organizar, realizaba todos los años un curso para alumnos y médicos sobre diagnóstico y tratamiento del dolor de espalda. Aquel Marzo de1997 y los siete años posteriores, me invitó a participar como profesor de clases prácticas y docente del curso con el tema “enfermedad de Sheuermann” Era mi primera experiencia con alumnos, y me resultó muy agradable dicha experiencia.
En Abril de ese mismo 1997 fui elegido como miembro de la junta facultativa del Hospital Virgen de Valme. Junta en la que estuve muchos años, y en momentos cruciales del hospital. Y en Noviembre de ese mismo año también formé parte de la comisión clínica de calidad asistencial del hospital de Valme hasta el año 2001.
En Junio de 1997 el director general de asistencia primaria y salud comunitaria del SAS me pidió un informe sobre la asistencia de rehabilitación a los discapacitados en nuestra comunidad autónoma. El motivo de dicho informe era una pregunta parlamentaria. En el mismo le describí la cobertura territorial de hospitales del SAS y concertados con unidades de rehabilitación, así como las centros periféricos, para la asistencia a estos usuarios.
La sociedad andaluza de rehabilitación dirigida por Carlos Recio, organizó en Octubre de 1997 la primera jornada de residentes andaluces, con un amplio programa y nutrida participación. Moderó una mesa y cerró el acto el Dr. Miranda Mayordomo presidente de la sociedad española de rehabilitación. Durante aquel mandato de la junta directiva que presidía Carlos Recio, se consideró realizar reuniones semestrales en los hospitales comarcales andaluces, y se trató de mejorar las finanzas de la sociedad. En 1995 solo se pudo cobrar la anualidad al 53% de los socios. Tratamos de conseguir los veinte dígitos de los recibos devueltos, se escribió a los morosos, se les contactó con su delegado provincial, y como fin del proceso, a comienzos de 1998 se expulsó a más de una veintena de morosos que con seguridad no habían querido participar en el coste económico de la sociedad. Por fin en 1999 se cobraban las cuotas anuales el 100% de los socios. Un par de meses antes de esta reunión la sociedad española de rehabilitación había ayudado a la andaluza con doscientos cincuenta mil pesetas para el gasto del contencioso administrativo con la junta andaluza, que acumulaba ya tres años de retraso.
La agencia de evaluación de tecnologías sanitarias andaluza organizó en Mayo de 1998 un seminario sobre “evaluación de tecnologías sanitarias” y en Junio de 1998 un curso de “asistencia sanitaria basada en la evidencia”, a los que asistí por mediación de la dirección médica del hospital. La misma dirección médica me invitó a participar en un curso sobre “mejora continua en la calidad asistencial en el hospital” organizado por la escuela andaluza de salud pública en Diciembre del mismo 1998. Por lo que el final de ese año me concentré en la formación sobre el tema de gestión de un servicio sanitario.
En Mayo de 1999 en la asamblea general de la sociedad andaluza se eligió la candidatura de César Cayuelas como presidente y de nuevo yo como secretario y Marién como tesorera. César era el jefe de servicio del hospital Reina Sofía de Córdoba. Mientras estuve en Cabra mantuvimos una buena relación, y con esta candidatura pretendía yo retomarla. César era un hombre moderado, dialogante y conciliador. En el discurso inicial de su presidencia propuso una serie de líneas de trabajo para adaptar al curso de los tiempos nuestras unidades hospitalarias andaluzas, y la propia sociedad. Dichas líneas de trabajo se denominaban: «Ayudas a la gestión de unidades de rehabilitación», «Rehabilitación basada en la evidencia», y «Difusión de la especialidad en los ámbitos profesional y social». Se organizaron tres grupos de trabajo formado por voluntarios que progresaran en las tres direcciones.
En el mismo mes de Mayo de 1999 el comité científico de la sociedad española de rehabilitación me designó para moderar la mesa “Prevención, tratamiento y valoración de la discapacidad por gonartrosis», en las XIX Jornadas Nacionales de la Sociedad Española de Rehabilitación y Medicina Física, celebradas en Cádiz.
En Noviembre de 1999 el subsecretario del ministerio de sanidad y consumo me remitió la guía descriptiva de prestación ortoprotésica para que realizara las correcciones oportunas. Realicé las correcciones como efectos secundarios, contraindicaciones, sugerencias de vida media, sobre todo.
En el año 2000 fue elegida una nueva junta directiva de la sociedad española de rehabilitación. Figuraba como presidente Hernández Royo, y me eligió a mí como vocal por andalucía, formando parte de dicha junta directiva hasta el año 2004.
En Junio del año 2000 se organizó la segunda reunión de residentes andaluces en el Puerto de Santa María, coincidiendo con la reunión semestral de ese año. Fueron los organizadores Juan Carlos Fernández Rodríguez de la residentes, y Carmen González de Cos de la semestral. Participó en la primera Luis Pablo Rodríguez Rodríguez presidente de la comisión nacional de la especialidad, que disertó sobre “Presente y futuro de la formación en rehabilitación y medicina física”.
En Noviembre de 2000 se organizó en Granada la reunión semestral de la SAR y MF con el tema “Curso sobre el cuestionario FIM” Que es la medición del índice de funcionalidad, desarrollado por Granger en Búfalo. Lo dirigió la doctora Helena Bascuñana, lo financió Pfizer, y fue de gran provecho para los miembros de la sociedad.
El Servicio de Planificación Operativa de la Dirección General de Asistencia Sanitaria del Servicio Andaluz de Salud me comisionó para la realización de la Guía de procedimientos de Rehabilitación y Fisioterapia en Atención Primaria, en Septiembre del 2000. Esa fue una ardua tarea que me implicó a mí y a toda la sociedad andaluza durante varios años. Un técnico de los servicios centrales del SAS, y personaje clave para esa negociación, era un colega rehabilitador, Víctor Sarmiento, que tenía peor reputación que formación. La actitud de este personaje, no sé si por despecho o por desconocimiento, era de evitar que los rehabilitadores hospitalarios interviniéramos en la fisioterapia de los centros de salud. Gracias a nuestro interés por la especialidad y al sentido común el resultado final de la guía fue satisfactorio para todas las partes: servicios centrales, médicos de atención primaria, fisioterapeutas, médicos rehabilitadores y el tal Víctor Sarmiento, verso libre.
Hospital Universitario Virgen de Valme de 2001 a 2005
Habíamos pasado de siglo y de moneda, y aún tenemos pendiente el contencioso administrativo con la junta de andalucía, que acumulaba un retraso de seis años, y dos presidentes de la sociedad andaluza. En Mayo de 2001 se celebró en Antequera la cuarenta reunión semestral de la sociedad andaluza, organizada por Isabel Chavarría. La importancia de esta reunión es que se trataba el tema de la rehabilitación en atención primaria, para llevar al SAS una propuesta consensuada, y las elecciones de los próximos presidente y secretario de la sociedad, que iniciarían su mandato en 2003. Esos candidatos éramos Carmen Echevarría como secretaria y yo como presidente. Esta candidatura fue: ¿Sugerida? O ¿Impuesta? Por Manuel Rodríguez Piñero en su despacho unos pocos meses antes, y ambos aceptamos de buena gana, al menos por mi parte. Años más tarde me enteré que la inquina que Carmen no disimulaba contra mí, se debía a que me creía líder del vacío que le hicieron los residentes del Rocío cuando ella ganó la plaza. Yo no realicé ningún vacío, y aunque era representante de residentes, no lideré ni propuse ninguna acción contra ella. Primero porque a Carmen la apreciaba porque era de mi promoción de medicina, y segundo porque su marido Antonio era también compañero de promoción y persona a la que yo respetaba mucho. En fin, cada uno se monta su película a su manera. Si de algo se me puede culpar fue de inacción, al no parar el vacío, pero yo no recuerdo que se hiciera vacío alguno. Sí recuerdo que fui una vez a su consulta y le dije: Qué, te han puesto a ver plantillas. Vaya lote de niños. Bueno, ten paciencia, ya pasará este episodio. En dicha reunión semestral en Antequera desarrollé la ponencia “rehabilitación en atención primaria” que estábamos desarrollando con el SAS, y al que teníamos que llevar un consenso tras el debate.
En Junio del 2001, en el treintainueve congreso de la sociedad española de rehabilitación y segundo congreso hispano argentino, me nombraron vocal del comité científico y moderé la mesa titulada “Rehabilitación respiratoria”
El ministerio de sanidad me nombró miembro del tribunal de rehabilitación para la titulación de los MESTOs. Estos eran profesionales que habían obtenido experiencia en rehabilitación en centros privados o en otros países, y el ministerio había decidido examinarlos para regular su función. Para lo cual creó un tribunal con expertos de varias comunidades, que primero evaluaron la fiabilidad de su curriculum, y después confeccionamos y corregimos un examen. Para lo cual estuvimos reunidos varias veces en las salas del ministerio de sanidad en Madrid. En esas reuniones, donde a veces hacíamos risas con algunas de las experiencias profesionales, Luis Pablo Rodríguez el eterno presidente de la comisión nacional de la especialidad volvió a preguntarme sobre la renuncia a la docencia, que le solicité a instancias de mis compañeros el año que falleció Virilo Tejedor, habían pasado seis años, y aún le extrañaba. Quedó enterado y conforme con mi salud mental tras mis prolijas explicaciones. Y es que para la comisión nacional, la renuncia a la docencia había sido un paso atrás en el prestigio de la especialidad, cosa que nunca entendieron mis compañeros de Valme.
En Octubre de este año Pérez Castilla como catedrático de rehabilitación, me propuso ser profesor asociado del departamento Farmacología, Pediatría y Radiología. Participando en los contenidos teórico-prácticos de las asignaturas: «Rehabilitación» de 3º y 6º de la Facultad de Medicina, y «Patología Física y Ortopédica» de 2º de Fisioterapia, de la Escuela Universitaria de Fisioterapia. Labor que desarrollé hasta Septiembre del 2002. Aquella era mi primera experiencia en docencia universitaria, y me pareció fascinante. La secretaría estaba en el departamento de farmacología, que era el mismo en el que había estado mi padre muchos años. Los profesores mayores de farmacología me saludaron con afecto en su memoria, y yo pasaba con delectación la mano por los mismos muebles de la biblioteca que él tocara. Fue un buen homenaje en su recuerdo, hacía diez años de su fallecimiento.
En Noviembre del 2001 moderé la mesa titulada “Planificación de la rehabilitación en atención primaria” en la reunión semestral celebrada en Almería. A esa reunión asistieron varios cargos de los servicios centrales del SAS, que plantearon su punto de vista y pulsaron el ambiente entre nuestros asociados.
En Diciembre del 2001 fui nombrado vocal para la plaza de Jefe de Servicio de Rehabilitación del Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla. Joseba Barroeta, gerente de Virgen del Rocío, me propuso en Febrero del 2000 que me presentara a la jefatura del servicio. Yo me lo estuve pensando unos días, pero al enterarse el gerente de que yo tenía actividad privada, y que no estaba dispuesto a renunciar a ella, decidió indagar dentro del servicio. Se presentó Carmen Echevarría que ganó la plaza con mis felicitaciones.
En Mayo del 2002 la organización del 40 congreso de la SERMEF celebrado en San Sebastián me nombró presidente de la mesa de la primera ponencia del congreso.
En Ronda se celebró en Junio del 2002 la cuarentaidos reunión semestral de la sociedad andaluza. En ella se conmemoraron los veinticinco años de la sociedad. La organizó Francisco Luna, y resultó todo un éxito. Durante la asamblea se hizo público el fallo del contencioso administrativo iniciado en 1994. El dichoso contencioso duró siete años y medio, y el fallo fue desestimar el recurso impuesto por la SAR y MF al apreciar la falta de legitimación activa (quiere decir que la SAR y MF como entidad no fue perjudicada con la convocatoria, sino que fueron perjudicadas algunas personas jurídicas que no interpusieron demanda alguna) Como la sala no apreció temeridad o mala fe, no nos cargó las costas. El mismo letrado que la interpuso desaconsejó el recurso a superior instancia. Había costado siete años y medio y 1.175.000 pesetas, de los que 250.000 pago la sociedad española. Yo pensaba: valiente catedrático de derecho que no vio que la sociedad no era directamente perjudicada, sino algunos socios individualmente. Durante el resto de la reunión semestral de la sociedad todo fue muy agradable. Tomaron la palabra Hernández Royo, presidente de la española, Cesar Cayuelas, presidente de la andaluza, antiguos presidentes y secretarios: Pérez Castilla, Ignacio Salinas, Manuel Villa García, Manuel Rodríguez Piñero, Carlos Recio, y una emotiva necrológica a cargo de Miguel Toledo González. Para la ocasión se realizó en pergamino un faccsimil del acta fundacional de la sociedad. Todo un éxito de organización atribuible a Francisco Luna Cabrera.
La Dirección general de asistencia sanitaria me propuso como integrante del grupo de trabajo del programa “Rehabilitación y fisioterapia, plan de apoyo a la familia” en Junio de este 2002.
Aquel año 2002 fue el año del proceso extraordinario de consolidación de empleo para la selección y provisión de plazas de determinadas especialidades de facultativos especialistas de áreas hospitalarias dependientes del Servicio Andaluz de Salud. El SAS me eligió como vocal del tribunal. Aquel proceso creó una gran incertidumbre entre muchos compañeros que llevaban años de interinidad. El ignominioso numerito de las memorias de ese proceso alteró el pulso de muchos compañeros.
En Diciembre del mismo año se celebró en Osuna la reunión semestral de la sociedad andaluza. El tema era el debatir sobre las propuestas del SAS sobre la “Guía de procedimientos de Rehabilitación y Fisioterapia en Atención Primaria” y la “Guía de Procedimientos para los equipos de Rehabilitación y Fisioterapia domiciliaria” En ambas guías nos estaba costando una ardua negociación el defender nuestros criterios sobre la estructura de dichos procedimientos.
En Enero del 2003 fue necesario realizar una reunión extraordinaria de algunos miembros de la sociedad en Antequera, jefes de unidades y líderes de opinión de todas las provincias, para consensuar nuestra respuesta al SAS sobre ambas guías.
Por otra parte, después de meses de negociación sobre la rehabilitación en atención primaria, organizamos nuestra reunión de primavera para hacerla conjunta con la sociedad andaluza de medicina familiar y comunitaria y la andaluza de rehabilitación. Lo comunicamos al director general de asistencia sanitaria, nos comunicamos con el presidente de la SAMFYC, le propusimos el tema y aceptó, le presentamos el programa y le pareció bien. Dos meses antes iniciamos la difusión entre nuestros socios, y al llegar al palacio de congresos de Granada, no había nadie de la SAMFYC. Todas las previsiones, programa, ponencias, debate, naufragaron. Ante el fracaso de la reunión conjunta, sobre todo en plena negociación de las guías de rehabilitación en atención primaria, pedí disculpas a mis compañeros de sociedad, y di parte a dicha dirección general de asistencia sanitaria del escaso interés de la SAMFYC sobre la rehabilitación en atención primaria, para su reflexión.
Este mismo año hubo que cambiar varios artículos de nuestros estatutos para adaptarnos a la nueva ley de asociaciones publicada a primeros de año. Ya que se requería asamblea extraordinaria para ese motivo, aprovechamos para adecuar el nombre de la sociedad al de la española, pasando a denominarnos SAMFYRE. En la reunión fallida de Granada iniciamos la andadura de la nueva dirección de la sociedad, Carmen Echevarría como secretaria y yo como presidente de la SAMFYRE. En mis primeras palabras dije que llevaba trece años de secretario, y que para salir del sistema solo se me ocurrió huir hacia adelante, es decir pasar a presidente y luego poder desaparecer. No presenté proyecto alguno porque había asistido al fracaso de los dos anteriores el de Carlos Recio, que fue la vertebración, y el de los grupos de apoyo de César Cayuelas. Que yo retomaría ambos proyectos para nuestra utilidad. Por último añadí que me gustaría desarrollar mi labor durante los próximos cuatro años, con el empuje de Manolo Rodríguez Piñero, el pragmatismo de Carlos Recio, y la diplomacia de Cesar Cayuelas.
Este año de 2003 el SAS publica Guía de procedimientos de Rehabilitación y Fisioterapia en Atención Primaria, en salas de centros de salud y de atención domiciliaria, al amparo del decreto de Ayuda a la familia, que tanta negociación precisó. Al final fue una guía provechosa, que aún funciona.
Sin embargo el decreto de la junta andaluza de 2004 sobre el plazo de sesenta días para la primera asistencia de algunas especialidades del SAS fue un descomunal error de la consejería, debido sin duda al perfil bajo de los técnicos que la asesoraron. Si lo que se trataba era asegurarse de la pronta asistencia por el especialista de algunas patologías sensibles a la espera, era mejor listar las patologías en cuestión y establecer sobre ellas el plazo de sesenta días. Al establecer las especialidades en vez de las patologías, se metieron en el saco de las prisas toda la patología leve, irrelevante de las distintas especialidades. En Rehabilitación nos obligó a contratar dos especialistas, y a sacrificarlos con consultas de alta resolución, rápidas, muchas sin revisiones. Yo ya había observado que esta patología era derivada desde atención primaria al traumatólogo, al rehabilitador o al reumatólogo, según demora. El siguiente paso fue pensar en una unidad conjunta de las tres especialidades que resolvieran con presteza la mayoría de los casos por su meditada coordinación. Al proponerlo a algún traumatólogo, se quiso venir a la unidad el equipo completo de cirugía de columna, descontenta con su jefe. Así que presenté una memoria sobre la unidad de aparato locomotor formada por cinco traumatólogos, dos rehabilitadores y una reumatóloga, con camas, quirófanos, guardias, y naturalmente salas de consulta. Esa no era la idea original, pero al venirse la unidad de cirugía de columna, lo hizo con esas condiciones. El caso es que la dirección médica, después de pensarlo mucho desestimó la novedad. Partir la unidad de traumatología no era lo más prudente, pero los cirujanos no me dejaron otra opción.
Más adelante se formó otra unidad con parecidas características, pero sin cirujanos, ni guardias, ni camas, ni quirófanos, que asumió durante varios años la avalancha de las primeras consultas en sesenta días. Estas consultas absorbían cualquier patología derivada desde atención primaria relacionada con el aparato locomotor, es decir desde una lumbalgia por sobrepeso a una tendinitis por sobrecarga. Una locura.
En la asamblea de Málaga de 2004 se informa a los socios de los cambios de los estatutos, y del diseño, a sugerencia del grupo de trabajo de miembros de la sociedad, de la terapia ocupacional en los distritos de atención primaria, con sus atribuciones propias de adecuación de la vivienda del discapacitado y otras evaluaciones propias de su ámbito profesional. Petición trasladada al SAS.
En Noviembre del 2004 reanudé la actividad docente en el departamento de farmacología, pediatría y radiología, interrumpidas durante dos cursos por un erróneo asunto de incompatibilidad, resuelto en ese lapo de tiempo. Reanudé mi actividad como profesor asociado CIS con las asignaturas de tercero y sexto de medicina. Más adelante, cuando se implantaron los acuerdos de Bolonia, quedamos con una única asignatura de quinto de medicina, lo que era mucho más equilibrado y razonable.
En Febrero del 2005 la consejería de salud quería establecer una orden de la consejería de “garantía del plazo de respuesta” para que entidades privadas se hicieran cargo de las listas de espera en consultas, intervenciones quirúrgicas, procesos de diagnóstico y salas de terapia. Con una semana de plazo solicitó informe razonado sobre el mismo. La respuesta fue que la orden era aceptable, aunque de complicada implantación. Que nos parecía bien que salas de fisioterapia privada asumieran las listas de espera de las públicas, pero que deberían tener a médicos rehabilitadores como miembros del equipo, para garantizar la más alta calidad, y que sus instalaciones fueran asimilables a las salas del SAS.
En junio del 2005 se realizó la reunión semestral en Benalmádena, con un tema científico la indicación y confección del corsé de Cheneau, y un tema técnico: los protocolos de derivación directa a las salas de fisioterapia de atención primaria, pues las elegidas por los servicios centrales del SAS no tenían nuestra aprobación.
En Septiembre del 2005 realicé unos comentarios a las “pautas de actuación conjunta de patología del aparato locomotor” que me remitió el ya nombrado Víctor Sarmiento, subdirector de coordinación de salud. Los plazos que habían puesto para los envíos del médico de atención primaria a la sala del centro de salud eran de quince días para cervicalgias, lumbalgias, hombro doloroso y esguince de tobillo. Otros pacientes con patologías de mayor entidad y peor pronóstico verían su espera incrementada por estas patologías más leves y de gran incidencia.
En Noviembre de 2005 la consejería de salud andaluza me propuso colaborar para la realización del decreto para establecer las condiciones y requisitos técnicos que precisan los establecimientos ortopédicos para su permiso de apertura. La realización de dicho decreto duró varios meses.
En la Asamblea celebrada a finales de ese año, mi informe como presidente incluyó los siguientes asuntos: Respuesta a los protocolos de derivación directa a la sala de fisioterapia de primaria, que acabo de comentar; respuesta a las normas para el plazo de garantía de respuesta, también comentado; la SADOP (organización de empresas de ortopedia) nos propuso una renovación conjunta del catálogo de dispositivos ortopédicos, porque sus intentos en solitario fueron rechazados; borrador de carrera profesional del SAS, enviado por el consejo andaluz de colegios de médicos para nuestro conocimiento. Esa era nuestra lucha con la administración por aquél entonces, y nuestras futuras negociaciones.
Hospital Universitario Virgen de Valme de 2006 a 2010
En Febrero del 2006 la sociedad andaluza que yo presidía firmó un convenio con la consejería de salud y con la fundación agencia de calidad sanitaria de andalucía, para la elaboración conjunta y actualización periódica de los manuales de evaluación de competencias de los profesionales de la rehabilitación. Aunque la firma fue conjunta con todas las asociaciones de las distintas especialidades, con foto conjunta para la prensa. El borrador de la acreditación para los médicos de rehabilitación contemplaba diez dimensiones, treinta buenas prácticas y ochentaisiete evidencias. Esto supuso un trabajo exhaustivo por una comisión de especialistas, que elevaron sus conclusiones. Las buenas prácticas tenían un peso diferente, si se relacionaban con el ahorro en el gasto sanitario tenían un peso mayor, que si no afectaban a dicho coste. No se podía esperar otra cosa.
A pesar de nuestras negativas a usar los protocolos de derivación directa a la fisioterapia del centro de salud esgrimidos por los servicios centrales, en Abril del 2006 los servicios centrales del SAS asumieron dichos protocolos para implantarlos en los centros de salud de toda la comunidad. Nos quejamos por escrito a la consejera de salud, María Jesús Montero Cuadrado, que atendió nuestras advertencias y dispuso una nueva negociación.
Ese año dimitió Benavides, el gerente de nuestro hospital de Valme, al que yo llamaba el indolente, parecía no tener interés por nada del hospital, y que solo estuviera pendiente de la hora para irse a su domicilio en Cádiz. Ni siquiera ocupó casa en Sevilla, siendo el gerente de un hospital. El SAS los sustituyó por Laureano Fernández, un pediatra que había sido director del hospital de traumatología en el Rocío. Se trajo a su amigo Antonio Rubio como director económico administrativo, que era un personaje muy peculiar, y lo demostró a lo largo de los años que estuvo en el cargo. El caso es que tenían el objetivo de realizar unas obras de remodelación de las consultas externas del hospital y de la UCI. Eso incluía el espacio físico de nuestro servicio. Cuando terminaron las obras de la UCI, fue una obra magnífica, con buena construcción, amplio pasillo de acceso a la unidad, donde se podían poner camas en ambos lados, y unas cabinas de UCI con todas las últimas prestaciones. Nuestro servicio tenía un dimensión que pudiera considerarse excesiva en espacio físico, incluía la piscina grande para discapacitados, que apenas se usaba. Y ese gran espacio estaba muy mal distribuido. Un día lo visitaron y rápidamente se dieron cuenta que allí había mucho espacio para distribuir. Incluso nuestra sala de terapia daba a la calle, y el personaje en cuestión dijo: “Mira, aquí se puede hacer rehabilitación al aire libre”. Desde ese día hubo rumores entre el personal de que nuestro espacio lo compartiríamos con alguien. Pocas semanas más tarde presentó oficialmente los planos de nuestro nuevo servicio. Se veía a todas luces que lo habían disminuido a la tercera parte. Compartíamos con oftalmología y endocrinología. Había pocas consultas, se les había olvidado terapia ocupacional, y el pasillo de distribución era tan estrecho que apenas cabía una camilla. Las paredes eran de pladur, y el aspecto era más de de unas caracolas que un espacio dentro del hospital. Ante mis observaciones, el Señor Rubio me decía que era lo que había, que lo tenía que aceptar. Que si había menos consultas que médicos, que viniéramos por la tarde. Nosotros nos quejamos a la dirección médica, a la dirección de enfermería, a la gerencia, a todo el mundo. El ambiente entre el personal era terrorífico. No se enfadaban conmigo, porque me veían protestar. Al final terminó la obra, nos mudamos del espacio intermedio, comenzamos nuestra andadura y seguíamos las protestas. A mi me pusieron un despacho enorme, que nunca pedí, incluso una mesa redonda de reuniones, que retiraron en dos semanas. Al final conseguí que con parte de mi despacho y otra zona más dispusiéramos de otra consulta. El gerente me decía: “Tienes que liderar a los miembros de tu servicio” Yo le decía: “Cómo voy a liderarlos, si ven que no tengo autoridad para que me devuelven la mesa que me quitaron”. Al día siguiente al entrar en mi despacho estaba la mesa. Yo entré con Ildefonso el jefe de psiquiatría para ver una página en el ordenador. Me senté en mi mesa y separé mi silla de la pantalla para que él pudiera ver lo que buscábamos, entonces vi que donde tenían que estar mis pies había una mierda de perro. No la pisé de milagro, pero si no me hubiera separado para que Ildefonso viera bien la pantalla, la habría pisado y repisado seguro. Le conté a Ildefonso la historia de la mesa, y concluimos que no había más culpable que el personaje en cuestión. Yo hice como si no hubiera pasado nada, y nadie se enteró en mi servicio de lo ocurrido. Años después, ya con otro gerente, vino a mi consulta por una lumbalgia el celador que le hacía los trabajos al señor Rubio. Con tacto y buen rollo le pregunté por el suceso de la mierda de perro, y me confirmó que efectivamente Antonio Rubio le había ordenado buscar y poner la mierda en cuestión. Al final, en 2008, nos adaptamos al nuevo espacio, y lo ampliamos con dos consultas más cuando endocrino se fue a su sitio.
El SAS estaba por aquellos años evolucionando en su visión de la asistencia sanitaria. Ponía en marcha los procesos asistenciales integrados por patologías, detallando la actividad de cada profesional que lo atendía de primaria, de especializada, médico, enfermera. La gestión por competencias, la acreditación de centros y profesionales. Esto era andar por un buen camino.
En Mayo de 2006 iniciamos las reuniones de la sociedad andaluza con la asociación de ortopedias (SADOP) el motivo de las reuniones era la revisión y mejora del catálogo de prescripciones ortopédicas del SAS. Se dividió el catálogo en ortopedia infantil, neurológico del adulto, ortesis de tronco, prótesis, ortesis y resto. El catálogo se había quedado anticuado, y precisaba de la introducción de elementos nuevos y mejor redacción de observaciones. Ambas sociedades quedamos satisfechas con el trabajo realizado, y lo presentamos al SAS de forma conjunta.
En 2007 acabó mi periodo de presidencia de la sociedad andaluza, en mi discurso final subrayé la importancia de la novedad de las infiltraciones ecoguiadas, además de las ya conocidas infiltraciones intra y extra articulares, como medio de caracterizar nuestra especialidad. Tras finalizar mi periodo como presidente de la sociedad andaluza, llevaba diecisiete años acudiendo, supervisando y sin faltar a ninguna a treintaicuatro reuniones semestrales de la sociedad. Así que dije: me tomaré un respiro y dejaré a los que me sustituyan el protagonismo de las mismas, y dejaré de acudir las reuniones semestrales. No obstante siempre que se me solicitó acudí a las mismas.
El SAS convocó ese año la OPE que incluía plazas de rehabilitación, y me eligió como vocal del tribunal. El proceso incluía además del currículo una prueba teórica tipo test y otra prueba práctica. La prueba práctica consistió en una simulación de infiltración en el hombro, que se realizó en Granada, con unos robots comprados para dicha prueba. De todos las oposiciones en las que he participado está me pareció, con sus tres tramos de currículo, teórico y práctico, la más objetiva de todas.
En Abril del 2008 se publicó en Rheumatology un trabajo sobre la asociación de fisioterapia y acupuntura en el dolor de hombro, en el que participé. Tuve previamente que aprender a colocar una aguja de acupuntura en el lugar preciso para que hiciera efecto en el hombro. Sorprendentemente, para los no acupuntores como yo, la asociación era más beneficiosa que la fisioterapia sola.
El hospital de Valme implantó en todos los servicios la prescripción electrónica por principio activo. Este sistema, que indudablemente era cómodo, fácil, útil, y te avisaba de las incompatibilidades, permitía saber cuales eran las preferencias de prescripción de los facultativos, y conocer si seguían o no las normas de prescripción del SAS. Este era uno de los criterios de evaluación anual para los incentivos económicos.
El cargo de confianza de jefe de servicio de rehabilitación debía evaluarse cada determinado tiempo, aunque se dijo que la evaluación era cuatrienal, nunca se hizo con esa frecuencia. Mi jefatura fue evaluada en tres ocasiones, en 2000, en 2008 y en 2013. La última la dejaré para su fecha. En la del 2000 se evaluó mi primer cuatrienio de jefe de servicio. Durante aquellos años se incrementó el número de primeras consultas, y de nuevos en terapia, se rebajó el porcentaje de revisiones y el número de sesiones por paciente. El servicio se configuró para la gestión de procesos y de la calidad asistencial. Priorizando eficiencia y satisfacción de los usuarios, y cuidando la seguridad de los usuarios y del personal.
En la evaluación siguiente, que fue la de 2008, había pasado el doble de tiempo que en la anterior. En ella, tras observar una caída de los indicadores de rendimiento al perder el servicio un médico y tres fisioterapeutas, propuse impulsar la gestión por procesos integrados propuestos por la consejería de salud, la gestión por competencias para la acreditación de profesionales, apoyarnos en la medicina basada en la evidencia, y promover los planes de atención a las familias y cuidadoras de discapacitados. También planifiqué impulsar la acreditación del servicio, y priorizar el trinomio eficiencia-seguridad-satisfacción.
Durante el año 2009 continué mis actividades docentes en las asignaturas de la facultad de medicina, y en la gestión del servicio de rehabilitación.
La revista Dolor, Actualidad y Avances me pidió que confeccionara un editorial sobre la relación de la rehabilitación y el dolor. Lo realicé y se publicó en el número 5 de 2009.
En el año 2010 cambió el equipo dirigente del hospital. Se fue Laureano Fernández y su acompañante, y se nombró al subdirector médico del anterior, Cluadio Bueno como gerente, y este nombró a una médico de la casa Lourdes Grande como directora médica. En los corrillos yo bromeaba que con un gerente Bueno y una directora médica Grande, nada nos podía ir mal.
Hospital Universitario Virgen de Valme de 2010 a 2016
Ese mismo año de 2010 se formó la unidad clínica de gestión que unificaba a los tres hospitales sevillanos. La idea era protocolizar los procesos más comunes de nuestra actividad, y aplicarlos con la mínima variabilidad clínica posible. Así mismo se unificaban las actividades docentes de todos los niveles, así como la relación con atención primaria. Los tres servicios negociaban y cumplían objetivos comunes. Nada que criticar a esta idea, si la jefatura de la macro unidad hubiera sido más ágil y decidida, para no perderse en fútiles e interminables reuniones para decidir nada.
Durante aquellos años el SAS había desarrollado varias agencias y observatorios de ayuda a la gestión de los servicios. De dichos observatorios surgían estas propuestas de competencias profesionales y unificación de unidades. Tampoco tengo objeciones importantes de como y a quién se promocionaba en aquellas unidades no estructurales.
Pero también en aquellos años se nos echó encima los mayores efectos de la crisis económica mundial y la burbuja inmobiliaria local, que comenzó en 2008. Aquella descomunal disminución de ingresos afectó a la estructura de los servicios sanitario públicos y privados. La mayoría de las unidades de mi hospital habían incrementado su plantilla con interinidades, ampliando la cartera de servicios. El servicio de rehabilitación no tenía ninguna. Cuando vino el recorte los primeros que cayeron de la nómina fueron estas interinidades, que estaban fuera de la plantilla oficial del hospital. En las reuniones del gerente con los jefes de unidad se apreciaba el malestar de los servicios afectados, y las advertencias de que no podrían realizar los objetivos pactados con aquellas ausencias. En nuestras reuniones de jefes de unidad sin el gerente, se manifestaba con mucha más claridad el estado general de cabreo. Nosotros sabíamos quién era el espía entre los jefes, que era el que luego daba cuenta al gerente y a la directora médica de lo que se había dicho, y de quién lo había dicho. Lo apodábamos “la voz de su amo” A mí no me afectaba en lo absoluto esos recortes, pero de pronto caí en la cuenta que todos los jefes de unidad eran promociones internas al cargo, y más jóvenes que yo. Me sentí obligado por la experiencia y el prestigio a solicitar al gerente públicamente que dijera al SAS que entendíamos y asumíamos el recorte, pero que este debía ser general, de profesionales asistenciales, pero también de asesores y observadores varios, de las numerosas agencias. Ese discurso fue tan apreciado por mis compañeros, como tomado a mal por los gestores Bueno y Grande. Aquellos recortes fueron terribles, pues no se sustituían las jubilaciones, y había orden de disminuir el gasto farmacéutico y general. El SAS implacable trataba de mantener los niveles asistenciales con los recortes realizados, por lo que los objetivos establecidos quedaban inalcanzables. Ello también mermaba nuestros ingresos por incentivos, pero no el de los cargos dirigentes. Este panorama era poco propicio para el bienestar de los profesionales sanitarios de todos los niveles.
El caso fue que yo ya no era bien visto en la “moqueta” del hospital de Valme. Llamábamos la moqueta al área de gerencia, dirección médica, de enfermería, y subdirecciones varias, aunque hacía años que había dejado de tener suelo de moqueta.
Durante aquellos años 2011 y 2012 tratábamos de mantener los objetivos asistenciales pactados con el hospital, y de cumplir casi todos los requisitos de control del gasto comprometidos. Aún así mis incentivos por objetivos como jefe del servicio dieron un importante bajón. Por otro lado las actividades docentes en la facultad de medicina, las clases, las prácticas y los exámenes de los alumnos siguieron siendo una rutina habitual a lo largo del año.
Ese año 2012 me tocaba nueva evaluación del encargo de jefe de servicio de rehabilitación. No estaba yo muy seguro del resultado de la evaluación, pero había que afrontarla con profesionalidad. En Octubre de ese año entregué en la dirección médica las cinco copias de la memoria de evaluación en tiempo y forma, como estaba prescrito.
En el mismo mes de Octubre del 2012 el SAS nombra a una nueva gerente del hospital de Valme. Esta nueva gerente mantuvo a la directora médico Grande, que había asistido a mi liderazgo en las protestas por los recortes de personal asistencial, médicos especialistas, enfermeras y auxiliares, recorte que a mí no me afectaba.
En Febrero del 2013 tuvo lugar la evaluación de la jefatura de servicio. El tribunal estaba formado por el gerente, la dirección médica los dos jefes de servicio de las unidades de Virgen del Rocío y Macarena, y un facultativo del hospital, que era endocrinóloga y compañera desde 1986. Asistía como secretario el director económico administrativo. Cuando le comenté su pertenencia a mi tribunal me dijo que no le habían comunicado nada aún, pero que yo supiera que estaba de mi lado. Cuando me presenté al tribunal observé que mi compañera endocrinóloga había sido sustituida por “la voz de su amo”, por lo que las previsiones de la evaluación fueron muy negativas. En breves minutos me di cuenta, por la actitud de la gerente y las caras de mis compañeros de otros hospitales, que aquello no iba a ser favorable, y yo pensé, que además podía ser humillante. Así que me dirigí al secretario del tribunal y le pregunté si mi renuncia al cargo de jefe de servicio significaba la disolución de aquella pantomima. Como su respuesta fue afirmativa, presenté ante el tribunal mi renuncia expresa, deteniendo en ese instante la encerrona preparada por gerente y directora médica.
Esa misma tarde dieciocho años más tarde dejé la jefatura de servicio y volví a la jefatura de sección, que había ganado por concurso oposición veintiocho años antes. Técnicamente solo varió mi sueldo, pues yo seguía siendo el jefe de la unidad. No solo cambió mi sueldo, sino el de uno de mis compañeros, que había sido encargado de la jefatura de sección, y que le fue arrebatada sin tribunal ni otras excusas. No obstante todos temíamos que viniera algún advenedizo a hacerse cargo de la unidad. Aquel verano de 2013, y transmitiendo el sentir del conjunto de los médicos del servicio, comuniqué a uno de los candidatos posibles que era nuestro preferido para ocuparse del cargo en cuestión. Aunque nunca me lo dijo, creo que quedó gratamente impactado por la información.
Con gran disgusto por mi parte la temporada que tardó en ocuparse la jefatura de servicio tuve que seguir asistiendo a las reuniones de la macro unidad de rehabilitación, tan tediosa e inservible como siempre. La unidad avanzaba cuando cada uno en solitario realizaba los documentos precisos, porque en las reuniones las tomas de decisiones se hacían interminables.
Un día de finales de dicho 2013 el candidato que apoyábamos presentó y defendió su memoria y objetivos de la unidad, ganando así el cargo de jefe de servicio de rehabilitación del hospital de Valme. Yo ya había tomado la decisión de no solo apoyarlo sino de colaborar al máximo con el nuevo jefe de servicio. Pensé que esa actitud era mejor para mí, no tenía que andarme con engaños ni guerras absurdas, mejor para él, pues yo conocía el servicio, el hospital y el área sanitaria a la perfección, y mejor para la unidad. Así que así lo hice. Debo decir que José Antonio Expósito, el nuevo jefe siempre me trató con deferencia y respeto.
En Octubre de 2015 formé parte del profesorado del primer “master on line” de patología de la columna vertebral dirigido a médicos especialistas en cirugía ortopédica y rehabilitación, impartido por la universidad internacional de andalucía. Invitado a participar por el director del master Dr: Ricardo Mena Bernal, impartí dos clases: ortesis de columna y escuela de espalda, y evalué las respuestas de los alumnos a un caso clínico y un test por cada tema.
A lo largo de aquellos años, trabajé todo lo que pude, y realicé todas las actividades que me encargaron. Seguía con mis atribuciones docentes, y con la consulta vespertina. Ya bien entrada la sesentena calculé el montante de mi pensión, y cuando llegué al convencimiento de que obtendría la pensión máxima, decidí jubilarme el día que cumplía sesenticuatro años. Llevaba treintainueve años trabajando de médico especialista. Si alguien me preguntaba por qué me iba un año antes de la edad, yo le decía que mi pensión ya era la máxima, y el año que más he trabajado en toda mi vida fue el último. Y eso era rigurosamente cierto. El día de la despedida hasta la gerente que tramó mi renuncia me comentó: igual nos equivocamos en aquella evaluación. Yo le dije que el servicio estaba mejor con José Antonio, que tenía línea directa con el SAS y la consejería. Pero no continué: como yo lo tenía en los años finales del siglo anterior y primeros de este.
Ya una vez jubilado lamento no haber tenido residentes a los que enseñar todo lo aprendido en los años de mi experiencia profesional. Estos pensamientos me llevaron a realizar un libro sobre dolores no inflamatorios ni traumáticos del aparato locomotor que colgué en la red sin nombre de autor. Para hacer reflexionar sobre lo que digo en el mismo, no digo si soy médico, fisioterapeuta o aficionado al esquí. El que lo lea y tenga experiencia reconocerá lo que está leyendo, y su credibilidad. Lo voy a ampliar con otro añadido sobre ejercicio y salud, y estas memorias.
En una de las comidas de fin de año de mi antiguo servicio una compañera me dijo: tú no escribías exploración en las historias. Yo la miré sonriente y no dije nada, pero pensé ¿En qué año deje de escribir exploraciones? Porque al principio sí las escribía. En los años noventa comencé a utilizar el método de exploración de patrones capsulares, tendiníticos y articulares, ligeramente modificado por mí. Después de muchos años de escribir las exploraciones, caí en la cuenta que si ponía el diagnóstico genérico del dolor ahorraba tiempo y trabajo al escribir mis historias. Así que yo supongo que sería alrededor de la primera década del siglo que sustituí la exploración por el tipo de dolor mecánico o no y el patrón capsular o tendinítico. La respuesta a mi compañera debía de haber sido: cuando lleves veinte años escribiendo exploraciones, igual tu también te ahorras ese esfuerzo.
Estas memorias las he escrito durante el confinamiento en el domicilio por la pandemia del Sarscovid19 en Abril del 2020.
Fernando Madrazo Osuna