Cuando estuve en Alepo me pareció la ciudad más bonita de Siria. Los bloques de vivienda de ocho plantas de sus avenidas principales cubrían con mármol de colores claros sus fachadas. Su mezquita construida por los Omeyas en el siglo VII tenía un gran patio central, una espaciosa sala de oración, y un alto y esbelto minarete. Pero lo que más me impresionó fue su ciudadela, el recinto amurallado que, en una alta colina adosada a la ciudad, la protegía en caso de guerra. A la ciudadela se ascendía por una no muy ancha escalinata, que pasaba por encima de una serie de arcos sobre el foso defensivo del recinto. Cuando llegabas a la altura de la muralla se abría la fortificada puerta de acceso a la ciudadela. Luego seguías ascendiendo en altura hasta la cima de la ciudadela. Arriba había una mezquita pequeña, un bar con terraza y otros edificios oficiales. En la ciudadela de Alepo no hay viviendas. Cuenta la leyenda que Abraham le puso a la colina el nombre de su vaca más preciada, Halab, y que de ese nombro viene Alepo. Desde la cima se divisa roda la ciudad, el minarete de la mezquita Omeya, el viejo caravasar donde pernoctaban las caravanas comerciales, y el bazar casi a los pies de la escalera de entrada. En el interior de la ciudadela se podía visitar un antiguo palacio ya desocupado, y se veía desde fuera una excavación de arqueólogos franceses. Los arqueólogos decían que estaban excavando a la profundidad de los restos arqueológicos de hace tres mil años. Según las crónicas la ciudad de Alepo es de las más antiguas del mundo aún habitadas. Las reseñas históricas señalan asentamientos humanos desde hace casi cuatro mil años. Antes de la guerra civil, que aún asola Siria desde hace doce años, tenía cuatro millones de habitantes, era la más poblada del país. A las destrucciones ocasionadas por los bombardeos durante el tiempo que fue frente de guerra, en el que se arruinó la vieja mezquita, se une ahora la destrucción del reciente terremoto que ha asolado la región. El amable y emprendedor pueblo sirio no se merece tanto castigo. Ojalá, como Fénix, pronto pueda resurgir de sus cenizas. A lo largo de sus cuatro mil años no es la primera vez que un terremoto la destruye, ni que una guerra la asola. Seguro que volverán a prosperar.