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Huesca
Este verano de 2018 he viajado por Huesca, una de las provincias españolas completamente desconocidas para mi. Mi intención era ver castillos y románico. Luego se amplió a otras bellas contemplaciones y degustaciones. Huesca es la provincia de España, y probablemente del mundo, con más sedes episcopales. El motivo es muy fácil de comprender: El gobernador de los valles orientales del reino de Navarra, allá por el siglo XI, que a la sazón era hermano del rey de Navarra, decidió fundar un nuevo reino en el valle del río Aragón, con el consentimiento de su hermano y señor. Instaló su capital en Jaca, fue a Roma a que el Papa apoyara el nuevo reino, y consiguió que nombrara obispo para la nueva capital. Poco a poco fue expandiéndose el reino por valles más orientales, y en del Noguera ribagorzana consiguió nuevo obispado, el de Roda de Isábena, cuando más tarde se conquistó el valle alto del Cinca y su capital Barbastro, ciudad más grande y comercial que Roda, se pasó el obispado a dicha ciudad. Posteriormente conquistó la capital Wasca a los musulmanes, gran ciudad del sur de los pirineos, y nuevo obispado en la misma. Uno de los reyes se enfadó con la ciudad de Barbastro, y devolvió el obispado a Roda de Isábena. Unos siglos después Carlos I de España, para proteger mejor sus reinos de la herejía hugonote del sur de Francia devolvió la sede episcopal a Barbastro, compartiendo sede con Monzón. Así que actualmente existen las sedes de: Jaca, Huesca y Barbastro y Monzón compartidas. Aunque comparten obispo, tienen cabildos separados y sendas catedrales.
Con un AVE a Zaragoza, un vehículo de alquiler por una autopista, y unos amigos, nos plantamos en cinco horas en Huesca, a mil kilómetros de casa. La tarde la pasamos en el castillo de Loarre, en la vertiente sur de los pirineos, y a la vista de la llanada de Huesca y de la propia capital. Ese Castillo lo mandó construir el primer Rey de Aragón Ramiro I, y lo finalizó su hijo Sancho Ramírez, con la misión de que fuera base para conquistar la capital, en manos musulmanas.
Huesca capital
A la mañana siguiente nos dispusimos a conocer Huesca capital, su catedral, su centro histórico, y San Pedro el viejo. En la catedral de Huesca, de bella factura en el estilo de los arcos ojivales, nos sorprendió un circulo de buen tamaño de color verde claro en el centro del retablo mayor, a unos doce metros del suelo. Llamaba mucho la atención entre las esculturas de alabastro del gran retablo. Preguntado por él a una monja, nos contestó que era el “óculo”, y que detrás estaba el santísimo. No era capaz de discernir como se subía y bajaba de allí la custodia. Me figuraba largas escaleras para acceder a dicho “óculo”
Terminada la visita a la catedral tomamos dirección a San Pedro el viejo, colegiata en el más puro románico, con un precioso claustro y con varias tumbas de reyes de Aragón, Alfonso I el batallador y su hermano Ramiro II el monje, con sus respectivas reinas. Este segundo tuvo que dejar su vida eclesiástica tras la muerte de su hermano, se casó con dispensa papal. Y solo tuvo una hija que casó con el conde de Barcelona, finalizando aquí la dinastía proveniente de Navarra. El viaje estaba siendo muy productivo, en menos de 24 horas un castillo bien conservado y románico del más bello. Callejeando por el centro nos pasamos por una tienda de ultramarinos muy antigua de fundación, y de los muebles y enseres que lo constituían. Con un cortador de bacalao, que yo no veía desde mi infancia, y un mostrador de la misma época. La señora de la tienda nos invitó a bajar al sótano, donde decía que guardaba algunas cosas interesantes. Por una vieja escalera, alumbrado por un bombilla aún más vieja, llegamos un salón para reuniones, abarrotado de muebles antiguos, todo tipo de viejos objetos en exposición, y una serie de autómatas creados por su abuelo, que hacían toda clase de movimientos: un conjunto musical, una máquina de tren, un caballo de tío vivo, un camión de bomberos. Un conjunto musical, todos con música y sonidos al efecto. Tras comprar varias viandas, nos dispusimos a continuar viaje.
Alquezar
Uno de los tres pueblos más bonitos de Huesca es Alquezar. Allí dormíamos la siguiente etapa. Es un pueblo muy medieval y turístico, metido entre montañas, con multitudes dispuestas a hacer rutas de montaña, andando o en bicicleta y rutas de barranquismo. Creo que nosotros eramos los únicos visitantes del pueblo con intenciones de no hacer ningún tipo de “turismo sano”. Nos alojamos en un hotel “con encanto” cuyas habitaciones estaban sobrecargadas, entre ellos había objetos hindúes y de otros países orientales. Tras subir las maletas por las estrechas escaleras, los hoteles con encanto no tienen ascensor, decidimos subir al castillo-colegiata en lo más alto del pueblo. La ascensión fue tan dura, que tuvimos que parar en un par de ocasiones.
Desde arriba, además de ver una iglesia y claustro en un primitivo románico, las vistas eran espectaculares, no solo del pueblo, sino de la exuberante naturaleza que lo envolvía. Desde arriba se veía otra iglesia más abajo, por lo que deduje que los mayores del pueblo podrían oír misa sin reventar.
De camino al hotelito, pasamos por un obrador donde compramos un dulce típico de hojaldre y fruta confitada, dobladillo se llamaba, para comerlo cuando fuera procedente. Por la noche bajamos a la entrada del pueblo, donde estaban los restaurantes turísticos, con muy buena vista sobre el castillo-colegiata iluminado para la admiración de los comensales. Allí tras cenar echamos nuestra preciada partida de tute por parejas, que ganaron las señoras por goleada ¡Vaya por Dios¡
Barbastro
Salíamos de Alquezar, para visitar Barbastro. Llegamos a la catedral casi fuera de hora. Nos la enseñó, y muy bien, un becario. La catedral de Barbastro, de tres naves en el estilo ojival, tiene la particularidad de tener las tres naves a la misma altura, lo que le da una perspectiva de muy ancha. En el centro del retablo, de madera imitando alabastro, había otro “óculo”. Tras visitar la catedral, pasamos a la sacristía, y subiendo por unas cómodas escaleras llegamos a una amplia capilla con altar dorado donde se guardaba el santísimo. Estábamos al otro lado del “óculo”. Enigma resuelto, el acceso a la capilla del santísimo era amplia y cómoda. No haciendo equilibrios en largas escaleras. La torre de la catedral con su campanario, estaba exenta a la misma, como en las catedrales toscanas. La explicación era que se había recubierto el minarete de la mezquita musulmana con una torra exagonal, y que por problemas de cimentación se había dejado separada de la catedral. El guía nos comento que la catedral la pagó el consistorio municipal, durante la época en que se había devuelto la sede episcopal a Roda de Isábena, para tratar de conseguir la vuelta del obispo a Barbastro. Que no repararon en gastos, salvo que cuando fueron a hacer el altar mayor, ya en tiempos de Carlos I, se les concedió el traslado de la sede, y tuvieron que construir el palacio episcopal, ahora museo diocesano, y se quedaron sin dinero para el alabastro previsto, por lo que lo hicieron de madera imitando el caro mineral. El resultado era muy aceptable. Comimos, por recomendación de nuestro amigos y naturales de Barbastro, en el restaurante de la bodega Sommos del Somontano. Un edificio muy modernista, y con un restaurante muy exclusivo, donde nos trataron bien en la comida, y algo peor en la cuenta. Pero ya nos lo esperábamos. En la mesa de al lado había un almuerzo de trabajo de varios señores y dos señoras bien trajeados. Gracias a lo buen fisonomista que es mi compañero de viaje, al día siguiente en la prensa local supimos que era la plana mayor de la denominación de origen de los vinos Somontano, con su nueva presidenta al frente.
Roda de Isábena
La mañana comenzó con la visita concertada a la bodega Viñas del Vero. Visitamos primero las viñas, después la coqueta bodega donde envejece el vino Blecua, su vino estrella, y finalizó con una cata de tres vinos en el edificio principal. A esta visita se unieron los amigos de Barbastro, que habían reservado en el restaurante de la colegiata de Roda. Según nos dijeron en la visita, el vino Blecua se hace con cuatro tipos de uvas seleccionadas, que envejecen por separado en barricas nuevas. Pasados unos meses, los enólogos deciden la proporción de cada uno de los cuatro vinos que van a formar la mezcla, y vuelven envejecerlo en otras barricas. Tras otro periodo de tiempo prueban el vino, y si es bueno lo envasan, si no es lo suficientemente bueno, lo mezclan con otras marcas inferiores. En veinte años que llevan haciendo este vino, solo han desechado los de dos añadas.
Roda de Isábena, es el pueblo más pequeño, 52 habitantes, con catedral. El restaurante estaba situado en el refectorio de la antigua sede episcopal. Un edificio en estilo románico primitivo y muy bien conservado. La iglesia es muy agradable de ver, pues la cripta, que no pudieron excavar mucho por la roca, y el altar mayor de la iglesia se ven a la vez desde el centro de la nave. El altar de la cripta era un sepulcro romano cristiano muy bien conservado. Nos contaron allí que el famoso ladrón de arte Erick el belga robó bastantes enseres y tallas de esta iglesia, que han recuperado en parte. De la iglesia se pasaba a un viejo claustro, y al otro lado estaba el refectorio, nuestro restaurante. Comimos bien y a buen precio.
Tras la comida bajamos a Graus, capital de La Ribagorza, donde teníamos nuestro siguiente alojamiento en el centro histórico. Paseamos por el reducido centro, y cenamos en la plaza mayor. Allí, tras la cena volvimos a jugar tute por parejas, y volvimos palmar los varones. La suerte no nos acompañaba en las cartas.
Ainsa
Desde Graus subimos a Ainsa, otro de los tres pueblos más bonitos de Huesca. Durante el corto recorrido cambiando de valle, y al otro lado del embalse del Grado en el río Cinca, observamos de lejos Torreciudad, una sucesión de construcciones y centro neurálgico del “Opus Dei”
Ainsa es un pueblo medieval pequeñito, muy bien reconstruido y lleno de visitantes. El acceso estaba muy organizado, nos dirigieron a un amplio aparcamiento desde donde se accedía peatonalmente al castillo primero y al pueblo después. Tras pasear por lo alto de la muralla, y evaluar las posibilidades de que unos negros nubarrones se acercaran al pueblo, accedimos a la plaza porticada del mismo. En un corto paseo pateamos el pueblo hasta su puerta del sur, y luego visitamos la vieja iglesia. Construcción tipo basílica, una sola nave y sin crucero, y un patio muy sencillo, donde pusieron una colección de objetos muy modernos ¿De arte? Eso depende de los gustos. Mi amigo y yo compramos el billete para acceder a la torre. Subimos por una tan estrecha y baja escalera, que yo no cabía a lo ancho ni a lo alto.
Tuve que subir cejado e inclinado. Menos mal que no era muy alta. Arriba se abría un amplio espacio, por el que pudimos ver agradables vistas del pueblo, del valle y de los cercanos pirineos. Aunque una cinta lo impedía, el simpático peruano vendedor de los billetes, nos permitió subir al campanario, donde las vistas algo mejores, y las enormes campanas del mismo amenazaban con ensordecernos si iniciaban un repique.
Visitado Aínsa, y tras refrigerio cervecil, decidimos visitar los Pirineos, que no lejos se divisaban.
Con el Cinca siempre a nuestra derecha nos dirigimos a comer en Bielsa, a 14 Kilómetros de Francia. Allí comimos en un pequeño y pintoresco restaurante, Aunque aún más pintoresco era el dueño del mismo. El dicharachero señor, con gorro de Chef, atendía a las mesas y animaba a los comensales. Según contó había trabajado en muchos restaurantes de toda España. Su mujer e hijos estaban trabajando en la cocina. Dependiendo del comensal decía ser de Galicia, vasco e incluso de Ceuta, por lo que pusimos en entredicho todo lo que nos dijo, y desgraciadamente también todo lo que nos sirvió. Tras la comida nos pusimos en carretera siguiendo al ya menguado río Cinca, esta vez a nuestra izquierda. Continuamos hasta que la carretera finalizaba en el circo de la Pineta, donde se situaba un bello parador de montaña. Un conjunto de montañas semicirculares cerraba el valle, y por entre ellas caían varias cascadas de agua del deshielo. Un paraje precioso, que admiramos tomando café en la amplia terraza del parador. Tras bajar hasta el río, y meter la mano en el agua helada, capricho mío, descendimos la carretera que habíamos traído hasta Aínsa, donde tomamos el cruce a la cercana Boltaña. Nos alojamos en el Hotel Monasterio de Boltaña, junto a muchísimos turistas y el equipo del Zaragoza club de fútbol, que hacía allí su pre temporada. Un baño en la piscina del hotel para refrescarnos, y nos fuimos a cenar en la terraza de un restaurante del pueblo bastante concurrido. La tormenta que nos amenazaba por la mañana en Aínsa, nos alcanzó en la cena en Boltaña. A toda prisa nos pusimos a cubierto del intenso aguacero, y cuando terminamos la cena nos dieron mantel y baraja para nuestra particular competición. A esa hora en las cinco mesas ocupadas se celebraban disputadas partidas de cartas. Volvimos a perder los caballeros, definitivamente no era nuestra semana de suerte.
En ruta a Jaca
La siguiente etapa nos llevaba de Boltaña a Jaca. Con el río Ara a nuestra izquierda, que desemboca en el Cinca en Aínsa, seguimos hacia el noroeste camino de Fiscal. Allí el río, la carretera y nosotros tomamos hacia el norte, hasta llegar a Brotos. En este pueblo estábamos al oeste del parque nacional de Ordesa y Monte Perdido. Desde La Pineta se veía la vertiente oriental del enorme parque, así que lo habíamos rodeado por el sur. En Brotos la carretera se dirigía al oeste. Cambiamos del valle del Ara al valle del Gállego en una sucesión de curvas ascendentes y descendentes, en un abrupto pero bello paisaje. En Biescas llegamos al río. Un bello pueblo turístico de montaña, con temporada alta para los esquiadores, bastante venido a menos en el verano. Tomando un refresquito, y estirando las piernas, decidimos continuar río arriba hasta llegar a las estaciones de esquí. Siguiendo la excelente carretera de Huesca a Francia y con el río a la derecha, pasamos por una serie de bellos pantanos. Tras pasar el enorme embalse de Biubal, pasamos al otro lado del río para visitar la estación de esquí de Panticosa, donde los remontes funcionaban sin nieve para los ruteros de montaña. En el aparcamiento de la estación de esquí, fotografiamos un puente viejísimo solo peatonal. Panticosa en una estación con muchos apartamentos y servicios de hostelería, cerrados la mayoría en verano. Bajamos de nuevo de Panticosa hasta la carretera de Francia, y seguimos hacia el norte. Tras el hermoso embalse de Lanuza, pasamos de nuevo el río para comer en Sallent de Gállego. Este pueblo, además de apartamentos para esquiadores, mantenía la estructura de un pueblo antiguo de montaña tradicional. Con edificios, iglesia y ayuntamiento de piedra y antiguos. Allí comimos excelentes chuletones y manitas de cerdo en una terraza, que doblaba las mesas sin interrupción. Tardaron algo en servir, pero la espera merecía la pena.
Tras comer volvimos a nuestra carretera de Francia y seguimos hasta la cercana Formigal. Otro centro turístico, casi vacío en verano, con enormes y solitarios aparcamientos, y todos los remontes parados. Era el momento de tomar el camino de Jaca. La carretera era la misma que subimos desde Biescas, pero llegaba más al sur y giraba al oeste, para dejar el río Gállego, justo cuando se le unía la carretera de Huesca.
Jaca
Llegamos a Jaca a media tarde, con tiempo para tomar la habitación del hotel a las afueras, y pasear por el centro de Jaca. Visitamos la hermosa catedral románica de Jaca construida por Sancho Ramírez, el mismo que finalizó el castillo de Loarre, en el siglo once, y con una bella puerta, pórtico frontal y lateral, con bellos adornos del románico jaqués, que luego se irían repitiendo en otros templos: ajedrezado exterior y adornos de bolas. En el tímpano de la puerta frontal había un bello crismón muy bien conservado. De tres naves, con nave central más alta, tenía una característica sorprendente, delante del ábside, donde debía estar el altar mayor, había un enorme órgano, y a la izquierda del crucero más bajo que la nave central, el altar mayor. Como no teníamos guía, no pudieron explicarnos la causa de esta extravagante disposición. En esta catedral no había “óculo” naturalmente. Paseando por el centro de Jaca llegamos a la ciudadela. Esta, que es similar a las de Barcelona y Pamplona, estaba mejor conservada que las otras dos. Es un edificio pentagonal y defensivo, rodeado por un enorme foso de césped donde pastaban varias decenas de ciervos, con bastiones en punta para mejorar su defensa. Fue construida por Felipe II, y en el centro de la plaza de armas se conserva la estatua de dicho rey. La curiosidad de esta ciudadela es que nunca fue asediada por el enemigo. La única vez que sufrió un asedio, la cañoneaba y asaltaba el ejército español, a los franceses napoleónicos que estaban dentro. La ciudad tenía muy buen ambiente, llena de gente arreglada, paseando, tomando café en las terrazas, o ultimando sus compras del día. Tras la cena de tapeo en bulliciosos bares, y ya en el hotel, jugamos la consabida partida de cartas, que volvieron a ganar las señoras. No tenemos buen perder, y ya estábamos hasta la coronilla de sucesivas derrotas.
Último románico
Desde Jaca seguimos hacia el oeste, por la carretera que se dirige a Pamplona, que transcurre junto al río Aragón. Este río baja por el valle donde está Canfranc, al que no subimos. El valle de este río es el origen del reino de su mismo nombre, como ya dije en el primer capítulo. A pocos kilómetros de Jaca tomamos el cruce que nos llevaría a San Juan de la Peña, famoso monasterio joya del románico español. Pero antes de subir al famoso monasterio, nos paramos en Santa Cruz de la Serós. Pequeñísimo pueblo con dos iglesias románicas. La iglesia de Santa María y la de San Caprasio, no es un error de transcripción, se llama así. La iglesia de Santa María es un edificio de altos muros, que perteneció a un monasterio femenino benedictino, del que ya solo queda la iglesia. El topónimo del pueblo procede la palabra sorores (monjas) Aquí se trasladó la rama femenina del monasterio primitivamente mixto de San Juan de la Peña alrededor del año 1025. La iglesia de una sola y alta nave, tiene un ábside, y una alta torre campanario, con tres tramos de bellas ventanas geminadas. Dos capillas laterales conforman el aspecto de falso crucero, y la bóveda del supuesto crucero se aprecia más baja de lo imaginado desde fuera. Una escalera de caracol que arranca en el medio de la nave, se pierde en el techo. Desde fuera se ve claramente que sobre la bóveda hay una habitación con ventanas. ¿Capilla, refugio, cámara del tesoro litúrgico? Con el románico alto aragonés vas de sorpresa en sorpresa. La iglesia por dentro tiene una cenefa del ajedrezado jaqués, que la recorre en todo su perímetro. Pero lo más bello del conjunto es la puerta cuyo tímpano tiene un crismón, tan bien conservado como el de Jaca. A la salida hacia San Juan de la Peña se encuentra la capilla de San Capracio, pequeña capilla que fue parroquial mientras el monasterio estuvo habitado. No pudimos entrar por estar cerrada, pero por fuera estaba adornada con todos los elementos románicos. Subimos a San Juan de la Peña, y tuvimos que aparcar arriba en el monasterio nuevo. Allí comprabas las entradas, que incluían la bajada en el autobús, y la visita guiada.
Aquella mañana estábamos muchos turistas con el mismo afán. El viejo monasterio excavado en la roca es impresionante. Los dormitorios, la pequeña iglesia de tres naves, las tumbas de los primeros reyes de Aragón, las de muchos nobles y abades, y el famoso claustro. La pena es que se habían unido los visitantes de dos viajes de autobús, y era muy incómodo ver y oír con tanta gente. El monasterio viejo y la naturaleza que lo rodea merecen visitarlo.
Terminada la visita iniciamos la salida de Huesca, aún no sabíamos hacia donde. Antes de salir de la provincia de Huesca visitamos los dos valles que limitan con Navarra, Hecho y Ansó. Estos valles, aunque muy cerca de Francia, no enlazan con ninguna carretera del vecino país. De vuelta a la carretera de Jaca a Pamplona, en Puente La Reina de Jaca tomamos el cruce hacia el norte, que nos llevaba a Hecho. Circulamos por un hermoso y estrecho valle de unos 30 Kilómetros, por el que corre el río Aragón subordan. Hecho es el tercer pueblo más bello de Huesca, según dicen las informaciones de turismo. Mucho menos visitado que los dos anteriores, mantiene el ambiente acogedor y tranquilo, que lo hace tan atractivo. Allí comimos en el Hostal-Casa Blasquico, en un pequeño comedor, con cariñosa atención, y excelente comida. Salimos muy reconfortados de haber elegido ese lugar. A la entrada de Hecho tomamos una buena carretera que a través de la montaña nos llevó al pueblo de Ansó, en el valle más occidental de Huesca. El río de este valle es el Veral, y es afluente del Aragón. En Ansó dimos un buen paseo por el tranquilo pueblo. Vimos a unos muchachos que iban a bañarse en la playa fluvial, y decidimos que nuestra siguiente etapa fuera La Rioja. Al bajar a Berdún en la carretera de Jaca a Pamplona desde Ansó nos descargó un fuerte aguacero, justo cuando pasábamos por lo más estrecho y sinuoso del valle. En Berdún tomamos hacia Pamplona, y por la circunvalación seguimos hasta Logroño.
La Rioja
Llegamos a Logroño desde Ansó al final de la tarde. Tras instalarnos en el hotel nos fuimos a callejear por el centro, pues ya teníamos decidido cenar de tapas en la calle Laurel. Esta calle, y la que cruza al final de ella, es una sucesión continua de bares de tapas, la mayoría tiene una tapa estrella, que es la más vendida. El gentío en ese viernes noche era descomunal. Costaba abrirse paso y poder consumir las tapas más famosas. A la mañana siguiente nos pusimos a ver los monumentos de Logroño: La catedral, la capilla de San Bartolomé, la de Santiago, y las calles y paseos más céntricos. Acabada la visita empezamos nuestro viaje a la Rioja. Primera parada en Fuenmayor, donde, en la plaza junto a la iglesia, había un encuentro de artesanía textil. A parte de enseñar y vender los distintos productos textiles, y las herramientas para realizarlos, había grupos de mujeres de muchos pueblos de La Rioja y de otros lugares más o menos cercanos, que realizaban allí la labor: Bordados, ganchillo, encaje de bolillos y otras artesanías textiles que no se como se llaman. Había una carpa con grandes calderos para la comida preparados para cuando acabara la muestra. Tras un vinito, de rioja naturalmente, seguimos camino a Nájera. Tras aparcar en la zona más nueva de la ciudad, cruzamos el río Najerilla para visitar el casco histórico. Tras comer muy bien en un restaurante cerca de la parroquia de Santa Cruz, visitamos el monasterio de Santa María de la Cueva La Real. Es una construcción de estilo gótico, de tres naves, que alberga las tumbas de varios reyes de Nájera-Pamplona. Bajo el coro, pasando entre las tumbas reales, se conserva la cueva donde apareció la virgen titular del monasterio. El claustro del monasterio, llamado de los caballeros, está bellamente labrado. Al salir del monasterio había un cartel anunciador de una conferencia sobre “La retórica de Marco Fabio Quintiliano” Mi amigo y yo hacíamos risas sobre lo plúmbeo del tema elegido. Ya en carretera, y gracias al bendito google, nos enteramos que dicho señor, nacido en la rioja en el siglo I, fue el más famoso retórico romano de todos los tiempos. Caramba, estaba justificada la elección del famoso paisano como tema de conferencia. Continuamos camino hacia Santo Domingo de la Calzada, donde visitamos su centro histórico: Catedral, Torre exenta, ermita de la virgen de la plaza, parador y plaza de España. Comenzamos con la catedral, edificio en tres naves que conserva restos románicos, góticos y del renacimiento, como expresión de sucesivas reformas o añadidos. Contiene un buen retablo mayor, la tumba del santo, y frente a ella el gallinero gótico, con un gallo y una gallina vivos, que recuerdan el milagro del santo. La torre y campanario está exenta, como la de Barbastro, por problemas de cimentación. Al lado de la catedral está el parador, donde nos tomamos un café, y frente a la catedral está la ermita de la Virgen de la plaza, que es la patrona del lugar. Tras la visita proseguimos viaje hasta San Millán de la Cogolla, donde nos alojamos en la hospedería. Tras un aburrido teatrillo que hicieron al atardecer en el patio del monasterio y la cena, retomamos nuestra costumbre de la partida de cartas, y aquí sí, aquí por fin ganamos a las señoras. Desde entonces en cada partida nos encomendamos al espíritu de San Millán.
Monasterios
San Millán de la Cogolla, como San Juan de la Peña, tiene dos monasterios, el viejo que se llama Suso, al que hay que subir en autobús, y el nuevo que se llama Yuso. Nos dijeron que el lugar se llama La Cogolla por dos cerros redondeados y cubiertos de bosque que hay tras el pequeño pueblo.
Tras levantarnos y desayunar nos dirigimos al autobús primero que subía a Suso. A la hora convenida el autobús salió solo con nosotros cuatro. Esta sí iba a ser una visita guiada cómoda. Al llegar a Suso, una mejicana nos enseñaba el pequeño monasterio. Es un monasterio muy antiguo, San Millán fue ermitaño en el siglo VI, tiene un núcleo visigótico y posteriores ampliaciones, cuando se pasó del retiro ermitaño al monástico. En la pared de enfrente a la entrada había varias cuevas excavadas, una de ellas era el oratorio de San Millán. Enfrente de ella está el cenotafio de San Millán, una estatua yacente simulando una tumba. En el pasillo de entrada había varias tumbas, que nos dijeron eran de los siete infantes de Lara, su preceptor, tres reinas navarras y otro personaje. En este viejo monasterio se escribieron las primeras palabras en castellano y vascuence, en el margen de algunas páginas del códice Emilianense, explicando en las lenguas vulgares el significado del códice, que estaba escrito en latín. Se supone que el monje en cuestión era vasco, al elegir explicar también en esta lengua en un entorno castellano. Al salir de Suso llegaba el autobús cargado hasta los topes. Después visitamos el de Yuso, donde tenían una réplica del códice en cuestión, pues el original está en Madrid. El de Yuso es un gran monasterio de estilo herreriano, aún ocupado por frailes agustinos. En la gran iglesia está el arca relicario con los restos de San Millán, en la sala real estaba la copia del códice, vimos el claustro procesional, la enorme sacristía, una biblioteca, y un pequeño museo con los originales marfiles medievales del arca relicario de San Millán, pues en la iglesia estaban las reproducciones.
Tras salir de Yuso nos pusimos a elegir el siguiente destino, pues teníamos que dormir en Madrid. Como había que pasar por Burgos, decidimos comer en Covarrubias, visitar el cercano monasterio de Silos y continuar hasta Madrid. Covarrubias, al sureste de Burgos, es un pueblo bastante bonito y visitado, con casas antiguas, palacio y torre medieval. En él comimos un excelente cordero al horno, tras una aceptable espera. Tras la comida fuimos a visitar la colegiata de San Cosme y San Damián. Una iglesia gótica de tres naves, con la tumba de Fernán González y esposa. En el claustro, del mismo estilo, estaba la tumba de la princesa Cristina de Noruega, que murió muy joven tras breve matrimonio con Felipe. Hijo de Fernando III el santo. Vienen noruegos a visitar la tumba, y siempre tiene flores y cintas con los colores de Noruega. Abandonamos Covarrubias tras la visita, y nos encaminamos a ver el monasterio de Santo Domingo de Silos. Cierran temprano, por lo que solo pudimos ver el claustro y la botica. Menos mal que vimos al final del viaje el soberbio y equilibrado claustro románico de Silos. Si lo hubiéramos visto al principio, todo lo visitado hubiera quedado empequeñecido. Yo recordé viejos tiempos, cuando estuve alojado varios días en la hospedería. No pudimos quedarnos a escuchar el canto gregoriano en vísperas, pues teníamos que aligerar para dormir en Madrid. Tras el sabido atasco de la carretera del norte a la entrada, llegamos al hotel donde terminamos viaje.