Descenso del Eresma
A mi amigo Jesús y a mí nos tocó ir a descender el río Eresma, en Segovia. En un vehículo grande y con baca reforzada se cargó un K2 y un K1, tres piragüistas, un veterano como jefe del equipo y el conductor habitual. Salimos temprano desde Sevilla, y llegamos al anochecer a Segovia. Nosotros vestíamos la fina camiseta de manga corta, con los colores del Labradores, como correspondía con la temperatura de principios del mes de Agosto. Cuando llegamos a la plaza principal de Segovia, alucinamos al ver al guardia de tráfico con el abrigo de invierno puesto. Bajamos la ventanilla del coche, y no era un espejismo, hacía un frío que pelaba. Llegamos al alojamiento, y nos pusimos nuestro fino chándal para bajarnos y cruzar hasta el hostal. Al día siguiente temprano nos dispusimos para la regata. Nuestros colores eran respetados en el mundo de la piragua española por los éxitos en aguas tranquilas, y un par de compañeros juveniles que teníamos en la selección española. Así que nos miraban de reojillo, mientras elevábamos orgullosos nuestras cabezas. La salida era tipo Leman, los piragüistas en un lado, las piraguas más cerca del río, y al oír la señal, correr, llevar el barco al agua, y subirse. El Eresma bajaba con bastante más corriente de lo que esperábamos para Agosto. Nosotros paleábamos siempre en aguas tranquilas, la dársena era un plato hasta los días de invierno, el río no tenía anchura suficiente como para que se levantara oleaje. Cruzando la bahía de Cádiz, o la ría de Huelva, si tenías oleaje, pero esto era corriente, que además de desestabilizar te arrastraba. Nada más salir nos encontramos con la primera presa del río. El agua represada era la que habían aprovechado para la salida, y como no había sitio para todos en aquel trozo de río, pues por eso era la salida tipo Leman, para llegar algo más escalonados. Bajando mal nuestra primera presa nos pusimos de lado, y nos fuimos al agua. El barco se fue corriente abajo, Jesús se fue detrás, y yo quedé esquivando las proas de las piraguas que me pasaban rozando. Los contrincantes fueron generosos, pues no me dieron ni un palazo. Cuando pasaron todos me dejé llevar por la corriente a donde estaba Jesús, tratando de sacar la piragua, que la corriente empujaba bajo un árbol caído. Entre los dos conseguimos sacarla después de un rato. Nos montamos de nuevo y seguimos hacia adelante. Para nosotros la regata se había acabado. Había que llegar a la meta, pues allí estaba el coche y partir hacia Sevilla. Después de un rato llegamos a una bifurcación del río. Una islita central lo partía en dos. El de la izquierda llevaba mucha corriente, el de la derecha llevaba mucho menos. Yo elegí por seguridad la segunda, y nos tuvimos que volver, pues el agua no tenía salida franca. Nos metimos por el camino de la izquierda, y otra vez nos caímos al agua. Estaba claro que lo nuestro no eran las aguas bravas. Más rápido que en la primera caída nos montamos de nuevo, y a seguir paleando. Aunque el agua estaba fría, el esfuerzo de palear, la adrenalina de no volcar, y el bochorno de ir los últimos, hacían que no sintiéramos frío alguno. Después de un buen rato pasamos por debajo de un puente en el que estaba nuestro chofer partiéndose de risa. Preocupado se había ido al puente a ver si nos veía, y cuando nos vio empapados se tronchaba. Nos dijo que nos quedaba poco, y que estábamos ya fuera de control. Con toda la dignidad de la que pudimos disponer, nos acercamos al muelle de llegada y con seriedad nos bajamos del barco y nos dispusimos a vaciarlo de agua. Hubo algunos aplausos y risitas de choteo, que soportamos estoicamente.
Descenso del Ebro
En Septiembre de ese mismo año de nuevo Jesús y yo fuimos convocados para descender el Ebro en Zaragoza. Igual que hicimos para Segovia, se cargaron dos K1 y un K2, el sénior era el jefe del equipo, el junior era uno de los de la selección española y los dos infantiles completábamos el equipo. Salimos muy temprano para llegar a Zaragoza de un tirón. Ahora pienso que en la época anterior a las autovías esas larguísimas etapas con un único chofer eran muy peligrosas. Con las piraguas cargadas en el techo, y los asientos y maletero ocupados, el coche se vuelve muy sensible a los vientos, derivándolo a un lado u otro de la carretera, según viniera. No parábamos para nada, las comidas eran muy rápidas, y las necesidades de aseo se hacían en las gasolineras y durante las comidas. Llegados a Zaragoza nos alojamos y descansamos del viaje. Al día siguiente salimos hasta el lugar del inicio de la prueba, y nos enteramos de los pormenores de la misma. El descenso tenía una longitud de 71 kilómetros, y estaba organizado en tres etapas. La primera se desarrollaba ese día a lo largo de treinta kilómetros, saliendo de Gallur. Al día siguiente se hacían en una segunda etapa otros treinta kilómetros, posteriormente nos reunían a todos, y los últimos once los haríamos más agrupados para una más vistosa entrada en Zaragoza. Se dio la salida y apretamos todo lo que pudimos en los primeros kilómetros. El río era ancho, pero no había presas que temer, y la corriente no era muy rápida. Esa tarde aprendimos que si tratábamos de acortar en las curvas, la piragua se hacía muy pesada por la escasa profundidad del agua, y desaprovechábamos la corriente que nos empujaba suavemente. Así que acortando poquito y paleando fuerte llegamos a la primera meta. Al día siguiente nos enteramos de que íbamos terceros en nuestra categoría de infantiles. En la segunda salida nos conjuramos para que no nos pasaran más de dos K2 infantiles, aunque era difícil reconocerlos, pues los dorsales eran del mismo color. Seguimos paleando lo más posible, y pasado un largo rato al salir de una curva vimos a un campesino cercano al agua. Le preguntamos que cuanto quedaba para Zaragoza, y nos respondió que seis leguas. Yo no daba crédito a la extraña respuesta, no le dimos ni las gracias. Seguimos hacia adelante y le pregunté a Jesús si había dicho seis leguas, y me corroboró que había oído bien. Cuanto serían seis leguas, como ese hombre podía aún hablar en leguas como en el Medioevo, eran reflexiones que nos hacíamos mientras seguimos avanzando. Por fin llegó la segunda meta. Los jueces anotaron el orden de llegada y los tiempos transcurridos. Cuando todos estábamos tan agrupados que apenas cabíamos en el ancho del Ebro, se dio la última salida. Casi sin sitio para meter la pala entre barco y barco, salimos con fuerza para despejar nuestros costados, y paleando lo más fuerte que pudimos, llegamos extenuados a la meta de Zaragoza. Habíamos quedado terceros en K2 en la categoría infantil, así que nos llevamos copa y diploma, que aún conservo enmarcado, y del que he extraído los datos más difíciles de recordar. Tras el reparto de premios, nos pusimos a cargar el coche y a Sevilla de un tirón. Nos pusimos de acuerdo con los palistas del Náutico, que habían venido a la regata, para cenar juntos en Calatayud. Cuando llegamos a Calatayud estábamos hambrientos, y vimos que había fiesta, con atracciones y casetas de comida y bebida. Al aparcar vimos que los del Náutico ya habían bajado del coche, y se habían dirigido a las casetas de comida. Nosotros hicimos lo propio, pero cuando estábamos por la mitad del camino, vimos corriendo en nuestra dirección a los palistas del Náutico perseguidos por gente del pueblo. Nos dijeron: “Vámonos que nos quieren pegar” – ¿Pero qué ha pasado? – Que Sergio ha preguntado por la Dolores, y se han puesto furiosos. Así que deprisa nos montamos en el coche y salimos escopeteados con nuestra hambre a cuestas. Más adelante nos prepararon unos bocadillos en una gasolinera, y a dormir hasta casa, que conducía otro, y nosotros estábamos derrengados.
La Laguna de la Caldera
La universidad de Granada propuso a la sección de piragüismo del Labradores, participar en un estudio de investigación sobre la capacidad de recuperación del deportista, cuando competía en situaciones extremas. Concretamente invitaba a realizar la investigación paleando en la laguna de la Caldera, la laguna glaciar más alta de España, situada en la falda del pico Mulhacen, y a 3.000 metros de altitud. La universidad cargaba con los gastos de traslado, manutención y alojamiento. A primeros de Octubre de 1969, nos desplazamos ocho piragüistas, con dos K2 y dos K1. Nos alojamos y cenamos en el albergue universitario, donde termina la carretera asfaltada. Al día siguiente un todoterreno cargó con piraguas y palistas en dos viajes. Nos llevó por un camino de tierra durante un buen trecho, pasamos cerca de un enorme nevero, y tras una curva descendimos a una cuenca donde estaba la laguna de La Caldera. No era muy grande, pero se podía palear sin problemas, tendría unos 900 metros de largo, por la mitad de ancho. No hacía frío, pero el agua sí estaba fría, y nos teníamos que mojar por fuerza. No se puede palear rápido, sin que te escurra el agua por la espalda en cada palada, si vas en K2 peor para el que va delante. Nada más llegar echamos las piraguas al lago, y nos pusimos a recorrerlo entero, bueno ese era nuestro tarea habitual, y eso lo hacíamos muy bien. Yo comencé en K2 con mi hermano, y recorrimos ampliamente la laguna. Cuando ya estuvieron todos los barcos en el agua, simulamos una regata corta de quinientos metros. Tras la regata, nos bajamos del barco y nos tomaron tensión arterial y pulsaciones. Después de diez minutos de descanso volvieron a realizar las mismas mediciones. Cuando nos recuperamos, repetimos la regata, pero está vez se montaron los dos que no lo habían hecho antes. Al acabar repitieron las mediciones. No nos dijeron los resultados, ni yo entonces los hubiera entendido, pero nuestra impresión es que nos cansábamos más rápido que en Sevilla. Acabada la investigación nos dieron un trofeo muy bonito. Encima de un bloque de mármol había una piragua de alpaca y superpuestos dos palas cruzadas. Una placa decía “Laguna de la Caldera. Albergue Universitario” Decidimos entre todos que el trofeo no iría al Labradores, puesto que no era una regata federativa. Un sorteo decidiría quién se lo llevaba a su casa. Entre los ocho había dos parejas de hermanos, la otra pareja la formaban Luis, mi compa de campeonato de España, y su hermano mayor Salvador. Como corresponde a las probabilidades, el sorteo tocó a uno de las parejas de hermanos, en este caso nos tocó a nosotros. Así que el trofeo aún está en mi casa.