Hace años hubiera sido impensable que nuestra actividad diaria dependiera de un dispositivo pequeño y portátil, que no solo nos sirve de agenda, sino que nos comunica con otras personas individualmente por mensaje o teléfono, con grupos concretos por medio de whatsapp, o con múltiples personas en las redes sociales. También hace fotos que almacena o envía a los distintos medios, nos conecta con multitud de páginas comerciales para ver su catálogo y comprar, y nos sirve de enciclopedia o diccionario. Asombroso. Sin embargo las nuevas tecnologías pueden empantanarte si no las usas con cuidado. Me voy a referir al corrector ortográfico de los procesadores de texto. Suelo anotar en un portapapeles del teléfono las compras de supermercado que preciso. Lo hago de forma tan habitual como natural. Pero el corrector ortográfico me jugó esta mañana una mala pasada. Junto a té verde, pan de desayuno, azafrán… apareció en el listado que debía comprar Vladimir, así con mayúscula. Claramente había un error en el listado, proporcionado al alimón por mi poca atención y el dichoso corrector. En Mercadona no venden vladimires. Eso lo tenía claro, y yo tampoco los consumo, ni como objeto ni como marca comercial. Así que me vine sin comprar algo que había considerado necesario la noche antes, y que no logro descifrar. Cuando me falte lo que sea que quise apuntar daré con el fallo.