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Inter raíl 1

 

En el año 1973 los países europeos crearon para los menores de 21 años el billete de tren inter raíl. Con este billete los jóvenes tenían la posibilidad de viajar gratis en tren por los distintos países firmantes. Los trayectos en el propio país costaban la mitad de su precio, y los trayectos en el extranjero eran completamente gratis, sin incluir la reserva de asiento. El objetivo era facilitar el movimiento de jóvenes entre distintos países para fomentar el conocimiento de otras culturas, la comprensión de sus diferencias y la tolerancia intercultural. Años más tarde, y en el entorno de la comunidad europea se crearía el “Erasmus”, como la posibilidad de realizar parte de los estudios universitarios en otro país de la comunidad con la misma intención. Nuestro grupo de amigos estábamos en los veinte años, por lo que teníamos una sola oportunidad de aprovecharnos de dicho billete para conocer mundo, de los grandes motivos (las relaciones interculturales) nos enteramos después.

Así que en el mes de Julio de 1973, con dinero suficiente, una mochila para la ropa, una tienda de campaña con capacidad  para cuatro personas, y una caja de pastillas para dormir, cuatro amigos nos pusimos en camino. El motivo de los somníferos era facilitar el sueño con el traqueteo del tren los primeros días; cuando se acabaran las pastillas ya tendríamos el nuevo ciclo de sueño adquirido. Dormir en el tren abarataba mucho los costes de alojamiento. Pío, uno de los cuatro viajeros, tenía ya 21 años de edad, por lo que teníamos que tener decididos los trayectos antes de la hora de salida del ferrocarril, para que nuestro amigo comprara el billete correspondiente a lo decidido. No fue muy difícil hacerlo, aunque en una ocasión nos falló el sistema.

Las primeras etapas servían para ponernos en Europa central en el menor tiempo posible, por lo que fueron dos largas y tediosas jornadas nocturnas en el tren. La primera fue subirnos al tren que se llamaba el catalán en Sevilla y el sevillano en Barcelona, que en un día realizaba dicho trayecto. Lamentamos mucho el vivir tan lejos de la frontera, pues todo el primer trayecto y parte del segundo nos costaba la mitad de su precio comercial. Al día siguiente tras varias horas de paseo, tomamos en la estación de Francia de Barcelona un billete para Ginebra. La primera sorpresa fue la calidad del tren, que más parecía un vagón de cercanías que el de un tren de largo recorrido. Incluso pensamos que iba a ser difícil dormir en él. La solución al enigma la encontramos en Le Perthus donde tuvimos que bajar en un andén del tren español para subirnos al tren francés, que estaba enfrente. El motivo, para mí desconocido hasta ese momento, era el diferente ancho de vía de los ferrocarriles españoles, más ancho que el del resto de Europa. Para nosotros, con exiguo equipaje, no fue trabajoso, pero para otras personas con mayor bagaje, resultaba un incordio el dichoso ancho de vía. Ya en el nuevo tren, sentados en mejor vagón, nos dispusimos al ritual nocturno: lavarnos los dientes, tomar el somnífero y a dormir. Los dos primeros días costó algo de trabajo el coger el sueño, pero sabíamos que era cuestión de tiempo.

Ginebra

El tren francés nos dejó por la mañana temprano en Ginebra, con sueño por haber dormido poco y mal. No obstante cogimos nuestras mochilas y salimos de la estación. La tienda de campaña  iba tocando en riguroso turno  a cada uno de nosotros. La ventaja de viajar en ferrocarril es que la estación central suele estar muy cerca del centro de la ciudad. Así que en un corto paseo estuvimos al borde del lago Leman, allí estuvimos un buen rato sentados en un banco observando el hipnotizante chorro de agua, junto al puente que señalaba el nacimiento del río Ródano.  Lo primero que hicimos fue cambiar parte de nuestras pesetas por francos suizos. En ese cambio nos dimos cuenta del nivel adquisitivo que tenían los suizos, si mirábamos el dinero que nos dieron y comparábamos con los precios de: un café, un refresco, un bocadillo, etc.

Ginebra es la capital del cantón del mismo nombre,  está situada al borde del lago Leman, ocupando la orilla llana y continuaba por las colinas que lo rodean. En la parte baja estaba el centro con su iglesia protestante, el ayuntamiento, muy buenos edificios, con comercios de relojes, bancos, con aspecto de una gran y moderna  ciudad. Los parques muy bien cuidados, no se veía basura ni papeles por el suelo. Los suizos nos produjeron una gran impresión de civilizados y modernos al poder  coger el periódico de una caja, con la ranura al lado para depositar el dinero, sin que nadie te vigilara. Lo mismo pasaba en el autobús, en el que no había ni revisor ni cobrador. Paseamos la ciudad y comimos un bocadillo. Manolo gran aficionado a la música moderna compró unos discos que aún no habían sido editados en España.

Por la tarde nos fuimos a la estación para visitar en tren Lausana, ciudad cercana y en la orilla del mismo lago Leman, aunque situada en otro cantón francófono, el de Vaud. En Ginebra  conocimos a unas chicas españolas que se volvían para Barcelona ese mismo día. Mi amigo Manolo les pidió el favor de llevarse sus discos, y tomarle el teléfono para recogerlos al finalizar nuestro viaje, y así quedamos en volvernos a ver en Barcelona.

Lausana es conocida por ser la sede del comité olímpico internacional. Las casas y tiendas tenían un porte moderno y lujoso, tanto como el de Ginebra. Paseando hasta el lago vimos que en el paseo que lo bordeaba un helicóptero estaba colocando una especie de esfera metálica a modo de escultura, que debía pesar bastante. Nunca he vuelto a ver una maniobra de ese tipo.

Al anochecer volvimos a la estación para realizar nuestro siguiente trayecto nocturno, que nos llevaría  hasta Berna, la capital de la confederación.  Suiza es una confederación de cantones que según su localización hablan francés, italiano, y la gran mayoría habla alemán. Todos los carteles y anuncios gubernamentales vienen en los tres idiomas. Tanto Ginebra como Lausana estaban en cantones francófonos. De los cuatro uno se manejaba con soltura en inglés, y los otros tres con más o menos soltura en francés. Así que estábamos expectantes de nuestra capacidad de comunicación a partir de Berna, que ya es cantón de habla alemana.

Siguiendo el ritual de costumbre de lavado de dientes, pastilla para dormir y a buscar la postura más cómoda continuamos viaje.

Berna

Llegamos a Berna por la mañana, y nos dirigimos andando a su camping, que estaba cerca de la ciudad y a orillas del río Aar, que sale mucho en los crucigramas. El camping tenía suelo de césped, y además de los habituales servicios de aseos, duchas, supermercado… añadía lavadora, frigoríficos y cocinas, todo a módico precio suizo. El camping tenía una pequeña playa fluvial para bañarse en aquel tumultuoso río. La corriente era tan fuerte, que había barandillas para dar seguridad en el baño. Yo me bañé, soltándome a la corriente y cincuenta metros más abajo me agarré a otra barandilla. Impresionante. Miré al río y venia Pío dejándose llevar por la corriente, pero algo alejado para coger la barandilla. Pensé que había equivocado el cálculo, y le ofrecí mi mano, mientras estaba bien cogido a la seguridad de la barandilla. Cuando salió del agua me dio las gracias, pues efectivamente se había separado de la orilla sin querer. Una vez colocada la tienda nos fuimos al centro de Berna. Cruzando un puente sobre el Aar y su terrible corriente, vi un piragüista en el centro del río paleando contra la corriente y sin avanzar nada. Me fijé en que estaba casi a la altura de su embarcadero, y pensé cielos este tipo puede estar una hora paleando a buen ritmo, sin alejarse de su vestuario, cuando sin corriente habría recorrido unos diez kilómetros. Estando nosotros aún en el puente decidió acabar el entrenamiento, se dejó caer a la orilla, donde la corriente era mucho más suave, y avanzar hasta su embarcadero. Genial una pista de entrenamiento intenso de unos doscientos metros de río.

El centro de Berna era más bonito que los de Ginebra y Lausana. Tenía calles peatonales con casa antiguas, y profusión de banderas cantonales y del estado, pues Berna es la capital de la confederación suiza y del enorme cantón homónimo. Habíamos llegado a un cantón de habla alemana, así que nuestro amigo Manolo, que hablaba inglés, tomó el protagonismo. Comimos del embutido, pan y refrescos comprados en un supermercado, y pateamos intensamente todo el centro de la ciudad.

Al caer la tarde decidimos que el dinero destinado a la cena nos lo gastábamos en el cine, para ver la película “Último tango en París” de Bernardo Bertolucci, en aquella época prohibida en España. Vimos la película en versión doblada al alemán y subtitulada en inglés. Con esfuerzo de nuestro amigo Manolo y paciencia de los oidores nos enteramos del argumento y disfrutamos de ver una buena película. El morbo de que estuviera prohibida le daba más emoción al suceso.

Tras el cine nos fuimos al camping y dormimos sin traqueteo como benditos infantes. Al día siguiente cogimos nuestras mochilas y nuestra tienda y camino a la estación, para nuestro siguiente destino: Interlaken.

Interlaken

Sin salirnos del cantón de Berna, Interlaken es una ciudad predominantemente turística. Está situada entre dos lagos, como su nombre indica, y rodeada de montañas. A la montaña más importante, el Jungfrau (que significa damisela), que es la más famosa, se podía subir en un tren de cremallera, que estaba fuera de nuestro presupuesto. En Interlaken el turismo más numeroso es el de invierno, pues van en tren a las distintas pistas de esquí, que están en la subida al famoso monte.

El día de nuestra llegada era muy soleado y nos dirigimos al camping andando, que aunque también estaba sobre césped, y bien dotado de servicios, estaba demasiado lejos de la estación de ferrocarril, por lo que nos costó llegar.

Como no había centro histórico que visitar, dedicamos todo el día a sestear, y a disfrutar de las preciosas vistas del valle rodeado de montañas y entre dos hermosos lagos. Para comer y cenar hicimos lo de siempre: compramos embutido, queso, pan y cerveza para nuestras comidas del día. Fuimos a comer al mediodía a unas mesas y bancos que había en un mirador cercano, donde se podía contemplar la majestuosidad del Jungfrau.

Después de descansar toda la tarde nos fuimos a las duchas, en la que como todos los días tuvimos que hacer cola. Para agua caliente debías echar una moneda, y no entretenerte demasiado, intentamos hacerlo tan rápido para que sirviera para dos, pero el tiempo no daba.

Tras la cena seguimos haciendo planes para nuestras siguientes etapas. Teníamos claro que debíamos llegar a Viena, después ya veríamos.

Al día siguiente nos levantamos, recogimos tienda y mochilas, y nos pusimos en marcha hacia la lejana estación. Cuando llegamos al andén, el tren ya se había puesto en marcha con puntualidad suiza. Empezamos a correr a toda pastilla, y yo me quedé el último, pues era el que más corría. Una vez mis tres compañeros ya subidos, les entregué la mochila porque el tren ya me dejaba atrás, y subí por los pelos. Desde entonces decidimos que había que llegar con algo de tiempo, pues lo habíamos pasado mal. Nuestra siguiente parada era Lucerna.

Lucerna

Llegamos a la estación en el centro de Lucerna al mediodía. Está ciudad es la más turística de Suiza, y está recostada en la orilla de un bello lago, llamado de los cuatro cantones. No muy lejos de la orilla nadaba majestuosamente una bandada de elegantes cisnes, que embellecían aún más el paisaje del lago. Paseando por el entorno del lago en dirección al centro encontramos el no muy ancho río Reuss, poco antes de desembocar en el lago, y al que atravesaba el famoso puente de madera techado, construido en época medieval, todo él de madera decorada con pinturas, que se llama puente de la capilla, años después se quemó y tuvieron que reconstruirlo. Desde el mismo puente se veían algunas torres de la antigua muralla de Lucerna, y otras estampas muy bellas de edificios cercanos. Paseamos sobre todo alrededor del lago y de la vieja ciudad, que es la zona más bonita y agradable. Algunos edificios tienen las fachadas decoradas con pinturas y ramajes, dando al conjunto un bonito resultado. Durante el paseo buscamos un supermercado para proveernos de pan, embutido, agua y cerveza para nuestro almuerzo.  Tras el almuerzo descansamos un rato en la orilla del lago, y hacer tiempo para nuestra siguiente etapa. Al caer la tarde volvimos a la estación para continuar nuestro viaje hasta Zúrich.

Zúrich

Tras dormir como lirones en el tren, ya sin necesidad de pastillas para dormir, llegamos a Zúrich muy temprano. Aunque Berna sea la capital administrativa, esta es la capital económica de Suiza, y la más poblada. Grandes edificios, grandes avenidas, lujosos hoteles y restaurantes, numerosas tienda de objetos lujosos…aunque no hacíamos uso de ellos.  Dejamos las mochilas en consigna y nos dispusimos a ver la ciudad. Tras pasear y comer nuestra ya conocida dieta en un parque, observamos la cartelera de un cine que anunciaba “El acorazado Potemkim” y “La madre” dos películas mudas del famoso director soviético Serguei Eisenstein. Ese día volvimos a cambiar la cena por el cine, y entramos en la sala. Al ser películas mudas no había problema con el idioma, salvo pocos subtítulos. Cuando se inició la película comenzó “Catalina la Grande”. Al principio creíamos que era un tráiler de promoción, pero cuando se hacía demasiado largo, caímos en la cuenta de nuestro error. Nuestro nulo conocimiento del alemán nos indujo a pensar que la programación de ese día era la elegida por nosotros. Cuando salimos del cine fastidiados por aguantar el tostón de Catalina la grande, y sin cenar, nos pusimos en camino hasta la estación. En un parque nos abordaron unos compatriotas y establecimos la siguiente conversación: -Hola, ¿Sois españoles? –Sí. -Pues por aquí el trabajo está muy mal. Les dimos las gracias y comentamos: Ni siquiera han pensado que estábamos de turismo, han dado por hecho que éramos emigrantes laborales. Una vez en la estación recuperamos nuestras mochilas y tienda, y nos dispusimos a continuar nuestro viaje. Próximo destino Salzburgo. Salimos de la carísima Suiza para llegar a la cara Austria.

Salzburgo

El nombre de esta bella ciudad significa ciudad de la sal. A ella llegamos a primera hora del día. Salzburgo es una ciudad arzobispal. El caserío está situado en la falda del castillo del arzobispo. Su características principales son: que es la ciudad natal de Mozart, por lo que hay tiendas de objetos de recuerdo suyo por todas partes. La otra característica es que se utilizó para exteriores de la película “Sonrisas y lágrimas”, famoso musical muy repetido en televisión. El parque. El puente, el cementerio del convento…Todos los escenarios son recorridos turísticos. Tiene una notable catedral, un caserío de buen porte, y anchas calles y avenidas. El río de la sal lo atraviesa de punta a punta de la misma. Anualmente se celebra un festival de música clásica. En otra visita posterior me enteré que es la sede central de Red Bull, y que tenía una mágica cervecería en el convento de los agustinos. Naturalmente visitamos la casa del niño Mozart, donde conservaban mobiliario, adornos e instrumentos musicales. Al atardecer nos fuimos a la estación para nuestra segunda etapa austriaca. Destino Viena.