En Septiembre de 1975 cuatro amigos decidimos viajar a Galicia. El plan era viajar en el flamante Seat Ibiza de Manolo, conducir por turnos de cuatro horas, dormir en hostales y pensiones, aunque llevábamos una tienda de campaña por si acaso, y comer de menú turístico. Los estudiantes siempre estábamos limitados de fondos. La salida estaba marcada por mi examen de Psiquiatría, que era la asignatura que me había quedado en los exámenes de Junio de quinto de medicina. Pío ampliaba el viaje para visitar a un amigo de la mili, que ejercía de médico en Sotrondio (pueblo de Asturias, que tuvimos que buscar en un mapa de carreteras, pues nos resultaba completamente desconocido) En aquellos tiempos se vivía sin teléfono móvil, navegadores, ni “google maps”, lo más detallado de la geografía española se buscaba en un mapa de carreteras de Campsa, por otra parte único proveedor de gasolina y gasoil de la época.
Cuando terminé el examen, mis amigos estaban esperando fuera para salir sin más demora. La noche antes yo le había llevado a Manolo mi maleta. No había problemas de localización, pues Pío y Jesús estudiaban conmigo el mismo curso de medicina, Manolo estudiaba derecho. Como el objetivo del viaje era el norte de España, a mil kilómetros de Sevilla, tratamos de llegar en dos etapas. Nuestra primera parada fue Zamora. Allí llegamos por la noche, después de siete horas de viaje por carreteras nacionales. En aquellos tiempos entrabas en la ciudad hasta el mismo centro, e incluso podías aparcar junto a la catedral. Por el centro paseamos, mientras buscamos primero la pensión y luego el comedor. Como yo me mareo mucho en el coche, si no voy conduciendo, me pedí los turnos de puertos de montaña. Nos agrupamos en dos equipos, Pío y yo hacíamos de piloto y copiloto un día, y Jesús y Manolo al siguiente. Entre Zamora y Orense, más allá de Puebla de Sanabria, están las Portillas del Padornelo y de la Canda. Kilómetros y kilómetros de curvas interminables y bosques impenetrables. Ese fue mi primer turno de conductor, Pío, como copiloto llevaba el mapa de carreteras, y estaba atento a obstáculos, estrecheces y camiones en dirección contraria. Paramos en Puebla de Sanabria y visitamos su famoso lago glacial. Tras incontables curvas comimos en Verín, cerca de la frontera portuguesa. La ciudad es centro de una bella y montañosa comarca, con aguas muy famosas, y un importante parador de turismo en el castillo de Monterrey. Ya con Pío de piloto, y yo de ayudante, seguimos por carreteras comarcales hasta Celanova, en la vitivinícola comarca de Ribeiro, y por las mismas carreteras, estrechas y de poco tráfico, tomamos una junto al río Miño, que transitaba plácidamente por un, profundo y estrecho valle, haciendo de frontera entre España y Portugal. Nos paramos en un par de ocasiones a admirar el río desde nuestra altura, discurriendo entre frondosos árboles. La carretera terminaba en nuestro destino del día: la localidad pontevedresa de Tuy, que visitamos antes de cenar y acostarnos..
La mañana del 27 de Septiembre salimos de Tuy a recorrer Galicia. Nuestra primera visita fue el monte de Santa Tecla. Imponente mirador sobre la desembocadura del Miño. Muchos años después visité la basílica y cueva de esta santa en un pueblo montañoso de Siria, pero esa es otra historia. Durante la subida al monte, la carretera serpentea entre algunos árboles y matorral de helechos. A la mitad del camino estaban los restos arqueológicos de un poblado celta de más de dos mil años de antigüedad. La docena de cabañas redondas hechas con piedras estaban sin el techo de ramas típico de esas culturas, excepto una reconstruida al completo para enseñar a los turistas su tamaño y estructura. Tras la visita al poblado continuamos subiendo hasta la cima del mirador. Era un día frío y ventoso, la cima tiene una zona de aparcamiento, y el poco ascenso que quedaba se hacía andando. Alrededor de la cruz que remata el mirador, nos agrupamos los cuatro casi in espacio. Un golpe de viento desequilibró a Pio, pero me dio tiempo a cogerlo por la pechera y volverlo a la vertical. No es que fuera a matarse, pues la altura no es mucha, pero si podía hacerse daño. Desde la altura del mirador la vista era espectacular. El ancho río, que hace frontera, entraba en el mar entre bancos de arena. La orilla española era abrupta y rocosa, y la orilla portuguesa una larguísima playa arenosa, limitada por un inmenso bosque. Tras un corto rato de observación, el clima invitaba poco a meditar a la intemperie, continuamos camino hacia el norte. Santa Tecla y La Guardia, el pueblo que se asienta en su base, están al sur de Galicia. Tomamos rumbo a Pontevedra, y llegamos a la hora de comer, pateamos el centro de la ciudad protegidos con paraguas de la fría lluvia. Tras comer pusimos rumbo a la ría de Pontevedra, que bordemos por el norte de la misma. Frente a nosotros estaba la base naval de Marín, y junto a nosotros la famosa playa de Sanjenjo. Antes de continuar el relato he de decir que nombro los lugares en castellano, que fue como los conocí en ese viaje. Posteriormente, y me parece bien, se han cambiado al gallego, ahora se llaman A Coruña y Sanxenxo. A media tarde pasamos a la ría de Arosa, y nos paramos en Cambados. Desde ahí se ve la isla de La Toja, su famoso balneario y el resto de la inmensa ría. Pero a nosotros lo que nos cautivó fue su cementerio. Elevado en una colina mirando al mar a la salida del pueblo, separado por una valla de piedras de los famosos viñedos de albariño, y con una iglesia en ruinas, la iglesia de Santa Mariña, a la que solo quedaba un par de arcos góticos de la nave, y la girola. Supongo que el cielo nublado y el viento contribuyeron a la magia del momento. Continuamos viaje hasta Padrón, que era nuestro destino del día. Antes de bajarnos del coche, para buscar hostal y comedor, escuchamos consternados en la radio la noticia del fusilamiento de cinco condenados a muerte por terrorismo,. Se rumoreaba que iban a ser indultados, pero se consumó la sentencia esa misma mañana. Por esos fusilamientos compuso Luis Eduardo Aute la canción “Al alba”, emotiva canción, que pasó la censura franquista disfrazando la angustiosa noche del condenado “en capilla”, por el lamento de unos amantes que tienen que separarse. Sublime.
Al día siguiente con Pio y yo como conductores salimos de Padrón hacia Santiago de Compostela. Allí paseamos por el centro de la ciudad, disfrutando de sus bellos y emblemáticos edificios de la plaza del Obradoiro y alrededores. Ese día no nos pusimos en la larga cola para abrazar al santo, sino que continuamos viaje hasta la localidad de Betanzos, en el fondo de su ría. Tras atravesar sus murallas, visitamos el centro histórico y la iglesia de Santa María del Azogue, donde aún se observaban restos policromados en su portada románica. Tras la visita a Betanzos, pusimos rumbo a la ciudad de Ferrol, por entonces con el añadido “del caudillo”, pues era la ciudad en la que nació Franco. Paseamos por el centro de la misma, e hicimos foto a la casa natal del insigne personaje, en donde figuraba una placa conmemorativa. Tras el almuerzo, y la breve estancia ferrolana pusimos rumbo al norte de la Coruña, por la carretera que bordea la costa, y llegamos a Cedeira, en la que visitamos su célebre lonja de subasta del pescado. A pesar de ser media tarde había subasta, en la que pescadores y pescaderos pujaban por hacer negocio. Tras la visita a la lonja seguimos la carretera que nos llevaba al cabo de Estaca de Bares, punto geográfico más al norte de España. Nos hicimos una foto lo más cerca posible de la punta rocosa, siempre teniendo en cuenta nuestra seguridad. Ya cayendo la tarde decidimos quedarnos a dormir en Barquero, a pocos kilómetros del cabo recién visitado. Cenamos en el pueblo, y constatamos que en el mismo no había hostal ni pensión para dormir. Ante este dilema decidimos hacer uso de la tienda de campaña que llevábamos para este tipo de sucesos. Plantamos la tienda en la playa de la ría de Barquero. Y en los sacos de dormir estuvimos toda la noche. Al despertar el día siguiente nos propusimos asearnos con un baño en el mar. Corrimos pos la arena hasta el agua, y el agua estaba tan fría, que no tuvimos valor para mojar algo más que los tobillos. No recordábamos que el agua del Mar Cantábrico es la más fría de España. Nos miramos desolados y decidimos que no merecíamos sufrir estas penalidades por el prurito de una aventura que contar. Así que “lavaito” del gato con el agua de la orilla, y a otra cosa. Antes de abandonar la playa nos hicimos unas fotos de recuerdo. Desayunamos en Barquero y pusimos rumbo a Asturias por la carretera de la costa. Ese día, acomodado en el asiento trasero, contemplaba los verdes paisajes de la provincia de Lugo. Pasamos sin parar Vivero, Foz, Ribadeo, y al atravesar el puente sobre el río Eo, entramos en Asturias. Habíamos visitado las cuatro provincias gallegas. Entramos por Verín en la de Orense, dormimos en Tuy y visitamos la propia Pontevedra, dormimos en Padrón y visitamos Santiago, Betanzos Ferrol y Cedeira en La Coruña, y visitamos el cabo de Estaca de Bares y dormimos en la ría de Barquero, en Lugo.
El primer pueblo de Asturias por esa carreta es Castropol, famoso lugar de veraneo, y nuestro siguiente objetivo era Sotrondio. La carretera que se internaba en Asturias seguía el rumbo Este. El paisaje era el mismo de la vecina Lugo, montañas al sur y el mar al norte, en medio valles paralelos a la costa y de vez en cuando otros valles del sur al norte de los ríos más importantes.
Tras pasar el río Navia decidimos acercarnos al bello puerto costero de Luarca. El descenso de la carretera al puerto donde aparcamos, fue muy empinado, pero la belleza del lugar con el recoleto y abrigado puerto rodeado de casas y farallones rocosos nos encantó. Comimos en un mesón y nos llevamos una sorpresa. El menú turístico contaba con dos platos, postre y una botella de vino por cada cuatro personas. En Asturias la botella de vino era para cada dos personas, por lo que ya nos sobraba vino en la comida. Unos kilómetros más adelante llegamos al valle del Nalón, que tendríamos que recorrer para llegar a Sotrondio, barrió del concejo de San Martín del Rey Aurelio, a orillas de dicho rio. El valle del Nalón era muy famoso por sus minas de carbón, y Sotrondio era una de las cabeceras de la cuenca minera del Nalón, como Langreo o Pola de Laviana. Los mineros eran gente muy dura, se jugaban la vida con su trabajo, por el riesgo de derrumbes, y explosiones de grisú, y cuando cobraban, solían gustar de comida, bebida y juerga. Cuando llegamos a Sotrondio Pío comenzó a preguntar por su amigo el médico. En pocos minutos tuvimos referencia de donde vivía y dispusimos visitarlo. Las muestras de alegría y mistad entre Pío y su migo fueron muy efusivas, y el amigo dispuso que nos alojáramos en casa de su madre, donde había habitaciones suficientes para nuestro hospedaje. Subidas las maletas y bien aparcado el coche, no tuvimos necesidad de buscar donde comer, pues el amigo nos llevó e invitó personalmente. Entre “culines” de “sidriña” y platos de jamón, queso, chorizo, lacón…cenamos más que de costumbre. Acabada la cena, nuestro ya amigo, nos dejó a cargo de otro amigo suyo para que nos enseñara Sotrondio “la nuit”. Nos llevó a un bar de copas, en el que hicimos los honores a su actividad comercial. Cuando acabábamos una copa, nos invitaba a otra, no nos dejó pagar en toda la noche. Gran anfitrión. Lo último que recuerdo fue la discusión de Manolo con un señor de allí sobre las excelencias del toreo de Curro Romero, disputa que yo atendía con extrema dificultad. A las tantas de la madrugada fuimos a dormir. Dormíamos en dos cuartos, en uno lo hacían Manolo y Jesús, en el otro Pío y yo. Cuando me acosté el cuarto me daba vueltas, y me fui a vomitar al baño. Tras vomitar me quede dormido abrazado a la taza del inodoro. A la mañana siguiente vino Pío a despertarme: Tato, ven a la cama que va a venir la señora y no debe verte dormir aquí. Yo obediente me acosté en la cama la última hora de sueño que me quedaba.
A la mañana siguiente, me tocó de copiloto de Pío. Iniciábamos la vuelta a Sevilla pasando por Madrid. Pusimos rumbo a Langreo, para tomar en Mieres la carretera que nos llevaría al puerto de montaña de Pajares, luego a León, Benavente y allí tomamos la carretera nacional sexta hasta Madrid. En León hicimos parada y fonda para comer. Aprovechamos la estancia para admirar la “pulcra leonina” catedral construida en el más puro estilo gótico de España. En esta rencilla sobre catedrales góticas me decanto por el partido leonés, más que por el burgalés. Por la tarde retomé mis compromisos de conductor hasta Madrid, y al día siguiente hasta Sevilla. Finalizando este viaje de siete días, cuatro días para ir y volver, y tres días para estar en el norte.