La reciente invasión de Ucrania por el ejército ruso, y la decisión del presidente de Ucrania de resistir hasta el final, ha ocasionado colas de civiles aprendiendo a usar armas individuales y a hacer cocteles molotov. Esta circunstancia me ha hecho recordar viejos tiempos, en los que teníamos la obligación, todos los varones sanos, de realizar un tiempo de servicio militar obligatorio, en adelante la mili. Se realizaba un sorteo para determinar en qué territorio tenías que hacer la mili. En ese mismo sorteo se cuantificaba el excedente de cupo, que era el grupo de jóvenes que no tenían que hacer la mili, porque en ese reemplazo sobraban muchachos para las necesidades del ejército. Lo normal era que te mandaran lejos de tu provincia. Incluso a los anotados como “rojos” o con antecedentes penales, los mandaban a “batallones disciplinarios” situados en las islas africanas (Chafarinas o el peñón de Vélez) o a la provincia del Sahara. Comenzabas la mili pasando un trimestre en un centro de instrucción de reclutas, y después te encuadraban en algún regimiento del arma que correspondiera a tus habilidades. Los marineros y la gente de costa hacían la mili en la marina, los mineros la hacían la mitad del tiempo, pues su trabajo era esencial para el país. Los ferroviarios lo hacían en ferrocarriles militares, y los sanitarios en sanidad militar. El resto a las armas de infantería, caballería, artillería, y aviación. En los primeros meses te enseñaban a formar, marchar, disparar con fusil, y disciplina. No se hacían cocteles molotov, porque tirábamos granadas de mano. En los cuarteles y por las tardes había un par de horas para clases teóricas, asistir a la escuela o aprender a conducir. Una de las actividades fundamentales era desmontar y volver a montar el fusil, en el menor tiempo posible. No es baladí esta cuestión, pues el fusil se encasquillaba en ocasiones, y es necesario además limpiarlo y engrasarlo con cierta frecuencia, para que no falle. Un fallo del fusil frente al enemigo te deja indefenso. El resto era instrucción militar cerrada, limpieza, guardias y pasar el tiempo. Los estudiantes de universidad podíamos pedir años de prórroga, o alistarnos en la escala de complemento, en la que te formaban como alférez o sargento. Te admitían tras un examen físico y uno psicotécnico. Este formato de mili era más llevadero pues era “interruptus”, podías hacerlo en tres intervalos: Campamento de instrucción, escuela de aplicación y destino como suboficial o alférez, y era un poco menos de tiempo.
En general la mili era un tiempo perdido, donde siempre comías y dormías mal, vestías peor, doblegaban tu independencia personal, y perdías puesto de trabajo y novia. Todo ese sufrimiento duraba un año. El único factor positivo era la escuela, donde llegabas al graduado escolar, y conseguías el carnet de conducir, si carecías de ambos. Durante todo el tiempo que duró mi experiencia, pude comprobar que al menos a una persona le había venido bien la mili. No sé cuánto le duró el beneficio. Se trataba de un muchacho de dieciocho años mallorquín, que nunca había visto el mar, hasta el día que lo tallaron en Palma. Por supuesto sólo hablaba mallorquín. Cuando llegó al cuartel donde yo estaba, ya hablaba algo el castellano. Para hacerle la novatada, los veteranos lo llevaron a la cuadra a bregar con las mulas. Bueno, yo serví en caballería, y en mi cuartel había mulas, caballos de algunos oficiales y jefes. Me contaron los veteranos desolados, que cuando le llevaron a la cuadra de una de las mulas, se abrazó llorando a ella, y no se quería soltar. Había encontrado por fin a alguien de confianza en aquellos meses. Cuando acabó su mili, este muchacho hablaba castellano, tenía su graduado escolar, y sabía que había mundo tras el mar, que rodeaba su isla.
Durante el periodo de mili aprendí a usar las armas reglamentarias de soldado y suboficial de caballería: pistola, granadas de mano, subfusil, fusil, granadas de fusil, ametralladora de patas, ametralladora de carro, cañón sin retroceso, mortero y carro de combate ligero. Todo un máster ofensivo. Además aprendí táctica de movimientos de tropas, a pie y en vehículo, en marcha o en guerrilla. Que me ha servido sólo para evaluar dichas acciones en pelis de guerra. “Salvar al soldado Ryan” de Steven Spielberg, está bien asesorada en ese sentido. En la mayoría de las otras pelis, la formación de soldados está demasiado agrupada, cuando va en descubierta frente al enemigo.
Independientemente de los meses perdidos para la profesión de cada cual, esa mili tenía un serio inconveniente: cuando mejor se conducía el carro o los vehículos, y cuando mejor se tiraba y se movía un equipo, los veteranos se iban, y todo volvía empezar. En el ejército profesional de ahora, los contratos duran años, y los soldados expertos no se van en un ciclo tan corto. A parte de que, con la tecnología armamentística actual, es casi imposible de dominar con personal nuevo cada tres meses. Por otro lado haber aprendido a manejar y tirar con armas individuales, y a moverse de forma sigilosa, les hubiera venido muy bien ahora a los ucranianos.