Si amanece nos vamos
Este caluroso verano he realizado el soñado deseo de un jubilado, pasar dos meses y medio en la playa. En dicho periodo de unas diez semanas, he tenido la oportunidad de realizar un estudio observacional de las botellonas. El estudio observacional ha consistido en el análisis de 25 noches de botellonas, realizadas a una distancia de mi observatorio (mi dormitorio) de unos cien metros. De noche las conversaciones se escuchan con extremada claridad, por lo que puedo dar fe de lo visto y lo oído. Si amanece nos vamos es el título de un programa de la SER que nunca he tenido el placer de oír, porque coincide con mis horas de sueño. Pero así es como se han comportado los asistentes de las botellonas observadas por mí, se retiraban al alba, todos los días excepto uno, el día que unos pocos continuaron hasta las diez y media de la mañana.
La botellona es una reunión de jóvenes que socializan, charlan y beben hasta altas horas de la madrugada, y cuando se retiran a descansar, dejan el suelo lleno de residuos plásticos (bolsas y vasos) y botellas de vidrio. No todas las botellonas son ruidosas, depende de los participantes. El día que vienen los escandalosos, hay voces, gritos e incluso pendencias: Te voy a matar! pero nunca se derrama sangre. Si vienen los filo musicales hay música disco en los equipos de los coches a toda pastilla. La noche que se pierde uno de los `participantes, hay voces llamándolo por su nombre hasta que aparece. Otro noche un chico se empeñó en acompañar a una chica a su casa, ante la oposición de ella (ella sabría porqué, porque yo no me enteré del motivo del rechazo) y eso que me estaba intrigando la insistencia del muchacho. Otra noche un conductor con prisas tocaba el claxon a las seis de la mañana para que se apresuraran los viajeros de recogida. En general cosas puntuales y poco habituales. La mayoría de las noches, si ponías atención, se oía el murmullo de las conversaciones como algo lejano. Había noches de fines de semana en las que calculaba una asistencia no menor de doscientas personas, y esas noches el murmullo era más cercano. No piensen que me pego toda la noche observando el fenómeno. Mi espíritu investigador no llega a esos extremos. El asunto es que mi próstata me ocasionaba observaciones esporádicas y no a la misma hora de la madrugada. Después de la somera observación conciliaba el sueño sin problemas. Las noches de agosto tenían este horario: la música en vivo con altavoces terminaba a las dos de la mañana, casi peor que la botellona, porque no era especialmente buena. A las dos y media la calma era total. A las cuatro y media se había concentrado una multitud de grupos que, una vez que estaban cerrados los locales, tomaban lo que habían traído en bolsas preparadas durante la tarde. Los grupos se congregaban hasta que amanecía. A lo largo del alba se deshacía la concentración. Algunos tenían el cuidado de tirar las botellas de vidrio al contenedor de reciclaje al retirarse. Muy ecológicos, aunque no considerados, ya que el ruido era ensordecedor. Después venía el camión de la basura, y un operario del ayuntamiento de Tarifa recogía los residuos del suelo. A las diez de la mañana el espacio volvía a estar en estado de revista. Comenzaba un nuevo día de playa en Atlanterra.